domingo, 29 de diciembre de 2013

¿BAILAS?


Cuando un amigo te mira y te dice que la selva está en ti, que bailas como echando raíces en un continente más africano, que ya nada importa porque todo está en ti... ya solo te queda respirar, buscar un punto fijo y seguir bailando.

martes, 17 de diciembre de 2013

(NO SIEMPRE) BASADO EN HECHOS REALES


Me acuerdo del algarrobo centenario que había en la torre de mis abuelos. Una vez me atreví a morder una algarroba y le dije a mi hermana que sabía a papel amargo y a vinagre.

Me acuerdo del color azul de las escaleras que subían a mi clase, en la guardería.

Me acuerdo del sabor aterciopelado del zumo de melocotón en lata pequeña que mi madre me metía en la bolsita de tela cuando iba a párvulos.

Recuerdo que solo podía comer bollería los sábados por la mañana: bollycaos, donuts, phoskitos o tarzanitos.

Recuerdo que nunca me gustó la pantera rosa, ni la película ni los pastelitos.

Recuerdo las noches de Robinson en los campamentos de verano: en grupos de cinco o seis nos dejaban vagabundear por el campo, construir cabañas con palos y los plásticos de nuestros chubasqueros, una bolsa con escasa comida y una cantimplora. No podíamos volver antes de 36 horas.

Recuerdo que hubo una época en que me gustaba jugar a hacer la maleta e irme de casa. Sacaba la ropa del armario, la volvía a doblar, la metía cuidadosamente en una cesta de mimbre ( de esas que se llevaban a la playa), la cogía por el asa, abría la puerta y me despedía de mi madre, que me miraba impasible desde la cocina. A los cuatro segundos le daba al timbre; ya estaba en casa de nuevo.

Me acuerdo que a mediados de octubre ya pensaba en qué postal de navidad le haría a todos mis amigos esas navidades. Poner o no poner purpurina dependía de si ese mes me tocaba paga o no.

Me acuerdo que mi otro abuelo nos llevaba al otro lado del puerto a comer altramuces. Cogíamos las golondrinas que había delante de la estatua de Colón, nos compraba un cucurucho de altramuces ( o garrapiñadas o pipas de calabaza), mirábamos los pescadores y volvíamos a la hora de comer.

Me acuerdo que yo siempre prefería el frigo pie, porque era de fresa y me recordaba a un yogur helado. Más tarde aparecieron los yogures helados y me pasé a los cornetos de vainilla.

Recuerdo que en las cenas siempre apartaba las habitas de los potajes. Sigo haciéndolo.

Me acuerdo que los domingos siempre había para comer o paella o pollo asado. Me encantaba como crujían las patatas fritas de la churrería de la esquina. Eran las más grandes que había visto.

Recuerdo que de pequeña quería vivir en un árbol. En clase de dibujo libre siempre pintaba un gran árbol con una cabaña en lo alto de su copa.

Me acuerdo de los juegos de disfraces con mi hermana. El batín japonés de mi madre lo ha heredado mi hermana. Hay ocasiones en que todavía se lo pone para estar por casa.

Recuerdo que no me gustaba nada ir a la peluquería. Durante tres veranos mi madre ordenaba cortarme el pelo, corto como un chico.

Me acuerdo de mi primer beso, en París. En las escaleras rojas del hotel de carretera en que nos alojamos en el viaje de fin de curso. Los profesores nos dejaron quedarnos hasta más tarde, solo a nosotros dos. Se veía venir.

Recuerdo la papelería de la esquina de mi calle. Me gustaba comprar pegamento y robar chucherías cuando la dueña se giraba para buscar una libreta que no necesitaba.

Recuerdo el día que mi abuelo dejó a su segunda esposa y se alojó en la nuestra. Las cuatro primeras noches durmió en el plegatín pero luego le dimos una habitación y mi hermana y yo volvimos a compartir literas. Murió diez años más tarde.

Recuerdo que el día de mi comunión me levanté con el ojo hinchado: me había picado un mosquito. No me gustó nada ese día; de hecho yo no quería hacer la comunión, mi abuelo cambió la iglesia un mes antes y la hice tres semanas más tarde que el resto de mis amigos. No conocía a nadie. Y además era la más alta. En todas las fotos salgo de perfil.

Recuerdo la primera vez que me afeité el pubis. Me picó durante una semana y no se lo conté a nadie.

Me acuerdo que en el instituto me estiraba las mangas de las camisetas para tapar mis manos. El profesor de matemáticas siempre me echaba la bronca y yo le decía que no quería salir a la pizarra.

Recuerdo que un año me disfracé de sandía. Las pepitas se me cayeron antes de llegar al colegio.

Me acuerdo de las fotos polaroid que los Reyes magos dejaban en la mesa del comedor para que viésemos como habían dejado los regalos aquella noche.

Me acuerdo de todos los chicos con los que me he acostado. Algunos no se acordarán de mi.

Me acuerdo que mi primer relato lo escribí el día que me cambiaron de colegio: empezaba segundo de EGB en una nueva escuela y a mi protagonista le daba miedo conocer gente nueva.