jueves, 13 de octubre de 2016

MIRADAS FICTICIAS DE UNA REALIDAD CENTRÍPETA





Un hombre de pelo gris se baja las gafas a la altura de la nariz y mira, con interés, a la niña que juega en el parque. La niña, de rizos perfectos y vestido de puntillas, se para con la pelota en la mano y mira divertida al perro que espera. El perro, guardián adiestrado, babea y transpira con la boca abierta dejando entrever unos colmillos mal afilados y mira con ojos brillantes el palo que su amo le quiere lanzar. El hombre que tiene el palo en la mano, lo mueve y mira, lejos, a una muchacha que lee bajo un árbol. La muchacha mira con interés las líneas literarias del diálogo de su personaje principal: una mujer alcohólica que sigue intentando disimular. La alcohólica mira, con ojos tristes, a su hija, a través de una botella de bourbon que hay encima de la mesa de la cocina. La hija mira cómo llueve por la ventana y una gota resbala serpenteante dejando una estela en el cristal. La gota serpentea cristal abajo y deja entrever la realidad a través de su reflejo en la farola que alumbra la acera de enfrente. La farola ilumina trémula y parece que mira hacia abajo, como velando el pelo gris de un hombre que se baja las gafas a la altura de la nariz.


domingo, 2 de octubre de 2016

EL PODER DEL JUEGO: DESPERTANDO A LOS NIÑOS QUE AÚN SOMOS





Mónica Alonso.
 Educadora social y Risoterapeuta integrativa

Todos los niños del mundo juegan y es una actividad tan predominante en todas las culturas y sociedad del planeta que podríamos decir que el juego es la razón de ser de la infancia, como afirma la UNESCO en su “Teoría del juego”. Además el juego constituye una de las actividades educativas per se más importante del capital humano y cultural de cualquier sociedad. Podríamos decir que en el juego se experimenta una conducta “ como si”; es decir, puesto que en el juego el jugador simula la presencia de una emoción que no siente, está entrenando las diferentes posibilidades de resolución de conflictos, de situaciones novedosas o de mero descubrimiento.

La UNESCO, en su mismo documento, plantea una definición de juego muy esclarecedora.  A través de las propuestas de Huizinga, el francés Caillois ya preponderó que el juego es ante todo una actividad libre, separada, incierta, improductiva, reglamentada y ficticia. Así, Huizinga, teórico del juego, considera incluso que el juego constituye el fundamento mismo de la cultura, ya que es el único comportamiento irreductible al instinto elemental de la supervivencia.

Más recientemente, Bascones (1992) establece que el juego está presente en muchos aspectos de nuestro modo de vida y en la configuración misma de nuestra personalidad. Los juegos contribuyen a nuestra salud a desarrollo de cualidades físicas, afectivas, sociales, intelectuales y emocionales e inciden sobre el ambiente y la vida del grupo.

Al hablar de juego podemos encontrar, básicamente, dos enfoques a nivel teórico. Aquellos que enfocan el juego como medio dirigido hacia un fin exterior a sí mismo. Juego al servicio de algo, útil para algo. Y aquellos que entienden el juego como fin en sí mismo. Considerado como una actividad vital inherente a la propia persona y básico para el desarrollo del ser humano.

Y viéndolo así, ¿por qué juega el adulto? ¿Qué buscamos los adultos en el juego? Muchos autores comentan que en el juego del adulto reafloran todas las emociones y estados típicos del juego infantil. El juego del adulto, comenta Santamaría, J. (1989), adopta dos manifestaciones: o el deporte o aquellas actividades relacionadas con el mundo infantil. Ambas acepciones se encuadran, por ello, en el marco de considerarse actividades libres, sin coacción y con la sola motivación del placer. Podríamos decir que el adulto, en el juego, se “da permiso” para jugar, para dejarse llevar por el propio juego, dándose una tregua de todas las obligaciones y responsabilidades o necesidades habituales.

Otra de las características fundamentales del juego es el movimiento. No podemos entender el juego sin que haya un movimiento o vaivén, como Huizinga lo denomina. Podríamos pensar incluso que es el juego mismo el que se desenvuelve y juega, de forma impersonal incluso. Sin necesidad de que ningún sujeto realice la acción. Recordemos, por ejemplo, expresiones populares o metáforas como “juego de colores”, “juego de luces”. Así pues el ser del juego es el movimiento sin incluir un sujeto como parte fundamental. Sencillamente hay juego. El sujeto del juego es el juego mismo. El juego es centro y los jugadores son su entorno; los jugadores se reúnen en torno al juego, como una tribu que danza alrededor del fuego: el fuego es y los danzantes le dan un significado determinado. Y que los jugadores sean el entorno que da significado al juego implica, por supuesto, que estos hayan decidido hacerlo, de forma libre, consciente y sin coacciones de ningún tipo. Es decir que el jugador se disponga a la acción lúdica es imprescindible. Que se someta a sus leyes, a sus reglas a sus normas. En cierta medida es como “dejarse jugar” más que “jugar”. Por eso decir que el juego necesita de sus reglas es muy importante porque violar las reglas (al igual que en los ritos o todo lo sagrado) es dejar de jugar; es colocarse ya fuera del acuerdo tácito de que estamos jugando. Aunque siempre hay una diferencia: el jugador puede trampear las reglas siempre y cuando no deshaga el mundo mágico y su ritmo. En el juego no se “destierra” al tramposo del mismo juego porque reconoce en apariencia el círculo mágico del juego. Otra cosa es el “aguafiestas” que rompe con toda regla y, entonces, ya no está en el juego.

Volviendo a las características fundamentales del juego, decimos que el adulto y el niño al jugar hacen “como si”, simulan, representan. Y esta representación es entendida como una categoría esencial que define el juego, pues jugar es representar, volver a presentar pero de diferente modo. Y he ahí el contacto del juego con lo estético, con lo creativo, con lo artístico. Al representar ponemos de lo nuestro para presentar una nueva realidad. Y ¿qué hay más creativo que poner algo de nosotros mismos? La creatividad es la forma más libre de expresión de uno mismo. No hay nada más satisfactorio para los niños (y para los adultos añadiría yo) que poder expresar abiertamente y sin juicio externo.


En definitiva, jugar no es convertirse en niños, sino rescatar las cualidades del niño jugando como adulto. La idea es que, de un modo desenfadado, casi imperceptible para el participante, a través del juego se puede conectar con la emoción real. La risoterapia integral ayuda a poner fuera lo que hay dentro. Porque, como el libro de El Principito, no es para niños, sino sobre niños.