lunes, 14 de mayo de 2018

POR AHORA




Aquí. Me siento bajo el árbol milenario.
Fuerte. Robusto.
El roble me acoge con su firme sombra.

Allí. Miro las nubes en el horizonte.
Claro. Liviano.
La línea del infinito a la que nunca llegar.

Aquí. Siento el frescor de la hierba a mis pies.
Verde. Vulnerable.
Y la margarita que me acuna.

Allí. Veo un halcón que alza el vuelo.
Seguro. Majestuoso.
Parece que me guiña un ojo.

Respiro, entonces. Y cierro los ojos.
Y veo con claridad.

El desierto, ahora, me permite ver.

Y me despido, pues.
Me despido, por ahora, de la oscuridad.
Me despido del miedo y del arrojo que me ciegan.
Me paralizan o me ahogan.

Me despido, de momento, de los grilletes de la pereza.
Del des-amor propio.

Y me despido sabiendo que es por ahora.

Por un momento.

Quizás lo oscuro y el miedo y el arrojo y el des-amor vuelvan.

Y entonces les daré los buenos días. Los miraré a los ojos.
Y les daré un asiento en mi salón.
Y nos tomaremos un té.

Pero ninguno de ellos decidirá cuál es el próximo paso.

Me despido, pues.

Por ahora.

martes, 8 de mayo de 2018

SIGO NADANDO





Bueno, pues ya ha llegado. El día ya está aquí. Hoy cumplo cuarenta años. Venga, lo voy a escribir en cifras que parece que sea más redondo no más. Hoy cumplo 40. Y, ¿qué?

Sí: y, ¿qué? Esa es la pregunta. Bueno, no. Esa no es la pregunta. La pregunta sería y, ¿cómo?. ¿Cómo he llegado a estos cuarenta  que siento iguales a los treinta y nueve o los treinta y siete? Vale, vale. No los siento igual. Me confieso. Mis amigos más cercanos saben que la crisis de los 40 la pasé de los 33 a los 38. Más o menos. Y que ya a partir de entonces bromeaba que, total, cuando llegara a los 40 ya estaría pasado el mal trago. Pues, mira. No andaba yo mal encaminada. Encaro esta nueva década con más calma y tranquilidad. Contenta. Sí. Esa sería la palabra. Contenta. Porque lo de feliz lo veo grande, muy grande.

Porque no soy de muchos recuerdos y bien sabe quien me conoce bien (eh, Yolanda; eh, Ana) que tengo memoria de pez y a veces me parezco a Dori que sigue nadando, sigue nadando. Pues eso. Que sigo nadando.



A veces me miro en el espejo y veo la misma cara de cuando tenía veinte. Y, dicen que sí, que la tengo. Porque yo no me veo tan diferente por fuera. Sigo vistiendo estilo pseudohippy algo desaliñado o calzo abarcas en verano. Porque, oye, son super cómodas. Nunca me ha gustado ir en tacones, que me siento pisando uvas, ni maquillarme cada día. Yo sigo primando la comodidad a la estética. Elecciones; sólo eso. Y, mira, eso sigue igual ahora en esta cuarentena.

Sí he aprendido en estos últimos años a no importarme ir a la playa o disfrutar de un cine yo sola. A quedarme en las situaciones sociales que antes me ponían tensa, porque esto me sana. Porque , y la experiencia me lo ha enseñado, que si me quedo, luego estoy bien. Y no pasa nada. A no importarme tanto lo que la gente piensa de mi; y a no importarme tanto  lo que yo pienso de mi. A recordarme que, aunque a veces me olvide, escribir me recuerda quien soy. Y que, mira, no hace falta darse tanta autoimportancia ni solemnidad a veces. Que, mejor, tomárselo con humor y reírse, primero, de una misma.

Estoy aprendiendo también a recibir. Recibir bonitas palabras de quien me quiere, recibir abrazos y besos de quien me aprecia. Porque, ay, antes me incomodaba tanto. Y, hay días que todavía, a veces, me tenso, oyes.  Algo así como unas voces extrañas de dentro de mi cabeza que me decían: “que no, que tú no te lo mereces; tú a dar y que reciban los demás”. Pues, mira, sigo dando, sigo ofreciéndome. Y, a la vez, estoy aprendiendo a recibir. Y a agradecer. Sigo nadando. Sigo nadando.

Y hoy me siento afortunada y honrada por mis primeros cuarenta años de vida. Por todo lo vivido y todo lo aprendido. Y, también, por las cagadas y equivocaciones. Y sé, lo sé, que me queda tanto por vivir, tanto por aprender.



Me siento muy agradecida y honrada por las amigas del alma que tengo. Pocas, sí. Y del alma también. Con Yolanda nos conocemos desde hace más de quince años. Y hemos crecido juntas. Estamos creciendo juntas. Mi Yoli, que me llama " su sevillana" y yo me río porque el acento lo tengo pillado pero no del todo. Sí, estamos creciendo juntas. En todos los sentidos. Estamos aprendiendo, querida, a hacernos mayores. Gracias, amiga, por quererme tanto. Gracias por decirme las cosas tal cual son.


Con Ana nos conocemos de hace unos ocho años. Y, amiga, has entrado en mi corazón como un torbellino. Nos conocemos tanto que a veces bromeamos que parecemos dos cuerpos con una sola mente. Gracias por estar ahí; por abrirme las puertas de Sevilla, mi segunda ciudad. Por tu generosidad a nivel profesional y personal. Por cuidar de mi Chispa cuando me voy. Por cuidar de mi cuando sí estoy. Y cuando, no. Estoy convencida de que nos esperan todavía muchas aventuras y proyectos por parir.

En mi corazón hay trocitos para muchas más personas, por supuesto: compañeros de Sin Telón, de la Gestalt, mi amiga Silvia de la infancia, mi abuela, mis tíos y primos, amigos y amigas sateros, mi tieta Ana y mi primo Oriol, exprofes de mi instituto,  alumnas y alumnos de mis talleres y cursos que han pasado a formar parte de mi familia escogida. Gracias, gracias.



Y ahí está, también, Emma. Mi hermana. Literal: mi hermana de sangre. Te quiero. Y sé que me quieres. A veces las palabras sobran. A veces, las palabras molestan. Porque el sentimiento es tan grande que cualquier parrafada lo embrutece. Porque tú me enseñas; y así también crezco. Cuando seamos viejitas viejitas tomaremos chocolate con churros y nos reiremos de tantas cosas. ¡¿Ah que sí?!





Y, claro, mis padres. Yo cumplo cuarenta años de existencia en este mundo, a veces loco, a veces surrealista. Y ellos cumplen cuarenta años de paternidad. Se estrenaron conmigo, mira. Y lo han hecho bien: lo mejor que han podido. Y eso es siempre bien. Esto de la paternidad no sé cómo va, pero fácil fácil no debe de ser. Porque, mira, lo de la “hijedad” tampoco lo es. Y ambas dificultades se juntan y necesitan encontrarse; como en una red de pescadores que bailan sobre el mar. Al son del cariño y del amor. Os quiero tanto. Gracias por darme la vida. Y gracias por estar aquí, siempre.

Pues, eso. Que cumplo cuarenta y, ¿ahora qué? O, ¿cómo? Pues, como pueda. Como pueda en cada momento. Porque ni lo sé todo, ni un poco de mucho, ni un bastante de nada. Y, si una cosa he aprendido en estos últimos años, es que no pasa nada.

Sigo nadando.