domingo, 25 de noviembre de 2018

ENAMORADA DE LA VIDA AUNQUE A VECES DUELA





A B.G.M.

A la niña de nueve años se la ve venir. Sus trenzas rubias con lazos rojos se mueven al son de la música del barrio. Tiene las mejillas rechonchas y la mirada desafiante. Los labios rosados y las manos se mueven como los de una bailaora flamenca. De hecho, toda ella parece una bailaora aunque el arte lo lleva más en sus palabras que en sus caderas.

Ya de pequeña aprende a desarrollar una especie de seducción primaria, la necesidad de estar en el centro de todas las atenciones. Mirar para ser mirada. Dar para recibir. Aunque nadie lo pida. El día que nace su hermano menor, cuatro años antes, algo cambia. Aprende a esconder debajo de la alfombra del alma su estar por encima, su anhelo de recibir ternura y delicadeza en pos de tener influencias y ventajas. Lo defiende y lo cuida por encima de todas las cosas. Lo ama y lo acuna por encima de sí misma.

En el colegio es respetada y admirada a partes iguales. Las niñas la siguen y la protegen mientras los niños la aman y la temen al mismo tiempo.

El día que el timbre del recreo se estropea, la niña de trenzas bailarinas se encamina al patio con paso firme. Hoy van a jugar a la pelota borracha. Un reguero de amigas la siguen riendo y cantando la canción del momento.

― ¿Ese no es tu hermano?―le dice una de sus seguidoras mientras le tira de la manga del chaleco y señala hacia la otra esquina del patio.

La niña de nueve años se gira y ve como el proyecto-de-machirulo de sexto está empujando a su hermano hasta acorralarlo detrás de la columna. Sin pensarlo, deja la botella de plástico en el suelo y se encamina con paso firme hacia ellos. Las amigas la siguen a duras penas.

― Pero, tú, ¿qué estás haciendo?―le espeta al niño mayor apartándolo de su hermano.

― Ya llegó la salvadora del mundo―, responde el niño riéndose en su cara.

Ella se pone delante de su hermano y con esa mirada fija y penetrante le grita a la cara.

― ¿Pero a ti qué te pasa?―mueve las manos frenética y, con el índice de la mano derecha, le señala a la altura de la nariz.― pero, ¿tú no ves que él es más pequeño? ¡Déjalo en paz, pero ya!

― Pero si es un bicho raro, ¿no lo ves?―se mofa el chaval plantándole cara.

― ¡Ni bicho raro ni! Si te molesta su cara te aguantas.― dice subiendo más y más el tono de su voz. Abre el pecho y la vena de su frente se empieza a hinchar.

El chaval se gira y mira sus amigos, se ríe y hace una mueca.

Ella coge al hermano por el brazo y lo aparta hasta la última columna. El mini-matón se acerca.

― Pero es que ¡¿no ves que tiene la cara muy rara?! Si parece un monito―, desafía el niño.

― Pues si no te gusta te aguantas. ¡Y no es un bicho raro!―los ojos están a punto de explotarle de la rabia.― ¡Y ya te estás callando esa boquita!

―Pues si tú lo defiendes es que tú también eres una monita como él.

― ¡Pues me importa un huevo! Es mi hermano y yo también seré una monita como él. ¡Y si no te gusta, pues, quítate de aquí!

Las amigas de ella se esconden tras la columna mientras los amigos del chaval lo jalean por la manga.

― Vámonos, Luismi. Déjalos tranquilos.―, y lo empujan hacia el patio ― ¡Vamos!, han dejado la portería libre y  Ramón se ha traído la pelota nueva.

La niña de nueve años se abraza a su hermano y le enjuga las lágrimas.

Un profesor se acerca.

― ¿Qué acaba de ocurrir?

Ella, entonces, rompe a llorar. Toda la tensión acumulada escampa por sus ojos. Los hombros tintinean y las manos le tiemblan de dolor. En su pecho hay una bomba de amor, que clama por las injusticias, a punto de explotar. 

― No me gusta que le digan esas cosas a una persona―cuenta entrecortada por las lágrimas y los mocos― .La gente se mete con él porque tiene un síndrome. ¡Pero él es una persona normal y no le tienen que decir nada!

― Venga, no llores. Lo has hecho bien. Lávate la cara y a jugar―. Es lo único que el profesor, temeroso de su propia empatía, es capaz de ofrecerle a la niña de nueve años deseosa de amor.

Ella le da un beso en la frente a su hermano. Se traga el orgullo que tanto tiempo le ha costado construir y sonríe a sus amigas que la esperan de nuevo en la esquina del patio.

En este momento aún no sabe que, al crecer, se casará muy joven con un hombre cariñoso y tierno. Tendrá un hijo aún más cariñoso y tierno al que le costará ver, como una gata bajo la lluvia enmascarada en la oscuridad. Se separará y llorará a escondidas en los rincones oscuros de su corazón. Pensará en nostalgias de tiempos mejores. Se sentirá sola y cansada. Trabajará duro, muy duro, para verse fuerte. Aprenderá a desenamorarse de sí misma y a asumir que ya no es una niña. Sentirá que la danza de su corazón en realidad es tan poquita cosa que querrá desaparecer en mil batallas. Caerá y se volverá a levantar. Se dará cuenta que el amor que profesa en forma de defensora de causas justas la irá alejando poco a poco de su corazón. Caerá de nuevo y volverá a levantarse. Una vez. Y otra vez. Y otra. Hasta que,  muy lejos de Lisboa, y más bien que malamente, irá reconstruyendo su corazón. 

Cachito a cachito.

En este momento aún no lo sabe pero un día soltará a la domadora de bestias para convertirse en la mejor defensora... de su amor.