Hoy es el día, hoy. En que me levantaré y clamaré al cielo: ¡hoy es el día! Hoy quiero identificar mi deseo y comprometerme con él.
Con entusiasmo.
Aunque sea doloroso, accidentado, tortuoso. Distraído. Hoy es el día en que me quiero
indisciplinada, genuina, fraternal, digna.
Mía.
Hoy es el día en que, por fin, puedo ver que soy mis huesos,
mis brazos, mis ojos y también mis muertos. Hoy atravieso la niebla espesa que
me separa del mundo. Y del tiempo.
Mi legado aún no ha llegado; busco a la maestra que me sea buena, que haga
sentirme comprometida. Y esa maestra es el trágico final que nos acecha a
todos. A todas. Y me recuerda que mi deseo soy yo. Afirmo que soy. Y en este
pequeño eslabón de mi linaje, me conmuevo.
Mi deseo es riguroso, obstinado, actuado, accionador y
travieso. Mi deseo es la gota de mi más íntima esencia. Mi deseo es el que
transforma mi mundo interior. Mi mundo, en definitiva.
Porque ya aprendí a resistir, ahora deseo sostenerme en mis
propios pies. Sin resistencias. Con el lujo de la introspección. Permanecer en
silencio en la estridencia visual moderna. Y caminar. Ya solo queda caminar
sostenida en mis propios pies. Sobre el suelo de la tierra. Y la Tierra que me
acoge en su lecho.
Sé que habito la eternidad de mi linaje. El que me precede.
El que, algún día, quizás sin darme cuenta, me suceda. Y el amor me envolverá
por dentro. Porque el amor no se puede fotografiar, no se puede pintar. No se
puede escribir. El amor está. El amor es porque nadie lo puede ver.
Hoy es el día que me levanto y digo que quiero habitar y
habitarme en algo más grande. Algo más grande que tú y que yo. Algo más grande
todos nosotros. Hoy es el día de la conquista interior.