domingo, 12 de septiembre de 2021

PRIMERA CITA

 


A pesar del calor de agosto, el hombre viste camisa de manga larga, pantalones de pinza y zapato cerrado. Las sienes blancas y las manos secas. A duras penas se le sostienen las gafas para leer el menú y achica los ojos al llegar a la carta de vinos.

̶ ¿Te gusta el blanco?

̶ Me gusta el blanco. Muy frío.

Gracias al calor sofocante de agosto, la mujer viste un traje de una pieza, azul marino con una flor pintada a mano a la altura del hombro y sandalias con una ligera cuña. Sus dedos ajados ya están cansados de poner en su sitio el tirante que se le cae del hombro cada quince minutos. Aún y así, sonríe tímida.

La barba del camarero parece que les invita a dejarse ir, pero ellos mantienen las formas. La anchura de la mesa y el pequeño jarroncito custodian su tímida conversación mientras el tintineo de las copas entrechocan sin querer al posarse sobre el mantel.

̶ ¿A quién se parece tu nieto?̶   rompe el hielo ella antes del primer plato.

̶ Deberíamos ir a bailar alguna tarde, ¿no te parece? ̶ se aventura él mientras desmigaja el pan.

Tres risas, cinco miradas furtivas y más de cien silencios. Él repite de carrillada al horno y ella ya pide el café. Con leche. Descremada. Y hielo. El bigote del camarero asiente travieso. 

Las manos del viejo dejan los cubiertos encima del plato y se levanta para ir al baño. Al pasar por su lado, levemente posa su mano en su hombro y, dulce, recoloca de nuevo el tirante del vestido. Ella sonríe y agradece discreta.

̶ ¿Todo a su gusto, señora? ̶ pregunta el camarero mientras retira platos y cubiertos. Ella asiente con la cabeza mientras ya se enciende un cigarrillo. Tira la colilla al suelo cuando él regresa arrastrando los pies. Levanta la cabeza y hace el amago de sonreír.

Pagan y se van. Él le ayuda a colocarse el bolso y ella le acaricia la barba con mimo.

̶ Me alegro que me llamaras ̶ susurra ella antes de emprender la marcha.

̶ Me alegro que dijeras que sí ̶, responde él y, entonces, se da cuenta de la barba del camarero. Le guiña un ojo y sonríe en la distancia mientras renueva la mantelería de la mesa.

Bajan la calle lentos, disfrutando a cada paso. Solo al final, antes de desaparecer por la esquina, ella se recoloca de nuevo el tirante y se atreve a sujetarle del brazo por primera vez.