lunes, 17 de mayo de 2021

EL VIEJO QUE PIDE EN LA CALLE

 

 


Hay un viejo que pide en la calle. Sus pantalones de pana tienen doce agujeros y su camisa ya no abrocha bien. Lleva la barba larga y las uñas descosidas. Cada mañana lo veo, sentado en la esquina del parque. El pelo aciago y los ojos pacientes.

El viejo que pide en la calle se sienta sobre un cartón. Quizás lo pidió en la frutería de enfrente o se lo encontrara en algún contenedor. A nadie le importa.

Hoy , como cada mañana, llega con su paso tranquilo, se descubre la cabeza, se cepilla los cabellos con los dedos y se acomoda en su cartón. Y mira. Mira la calle, mira las gentes, las farolas y los pájaros en mudanza. Mira los carritos de la compra que corren diligentes. Observa cómo la vida acontece. Y a nadie le importa.

A veces ensueña o recuerda. Cada vez menos: su historia es tan antigua que cuesta rememorarla. Como el horizonte que se alarga si deseas alcanzarlo: cada vez más lejos. Por eso, un día, decide desempolvarse de todo recuerdo. Como el que se sacude la caspa del abrigo.

Por su lado, pasa un hombre con maletín. Una niña con una piruleta roja. También pasan tres chicos en pantalones cortos y una mujer entradita en carnes. Pasa una estudiante con un gran portafolios.

A la chica del portafolios se le cae un rotulador rojo. Y no se da cuenta, o quizás no le importa porque tendrá ciento cuarenta cinco rotuladores más en su mochila. Y sigue trotando calle arriba.

El viejo que pide en la calle recoge el rotulador del suelo y lo abraza contra su pecho. Saca el tapón, huele la punta. Sonríe. Se arrodilla y escribe sin pausa, con letras grandes y temblorosas: hoy también importa.