4 de abril
Señor:
Respondo a su petición de hace unas semanas en la que me
demanda una reseña de su investigación con esta carta. De hecho, no sé cómo
encabezarla. He estado dándole vueltas al asunto y considero que dirigirme a
usted en un tono más cercano, usando, por ejemplo, un Estimado , sería algo totalmente fuera de lugar dada la cuestión de
que no nos conocemos personalmente. No entro en consideraciones más
emocionales, como un Querido o un Amigo ya que, aunque no descarto esta
consideración en un futuro próximo, todavía considero pronto el usarla en estas
líneas.
Como ya le habrán informado, me veo en la imposibilidad de
acontecer a su petición. Aunque en el círculo médico-periodístico soy bien
considerado, como usted ya me hizo saber en su última misiva y como avalan las
decenas de premios a la investigación que cuento en mi carrera, debo declinar
la petición de escribir una crítica de su última investigación. Como bien sabe
soy especialista en artículos médicos particulares como la odontología general,
el diagnóstico para la imagen y la urología. Además, los contactos con los que
trato en la revista científica Patterns
of modern scientific no son íntimos ni familiares y me pedirían más de una
y más de cien explicaciones de por qué les hago llegar una reseña tan
desvinculada de mi especialidad como la que usted demanda. Comprenderá usted
que la urticaria genética en los chimpancés de Madagascar no sea un tema de mi
especialidad y no cuento con suficientes avales para recomendar una reseña como
esta.
Ruego disculpe mi negativa; no considero que no tenga usted
la máxima calidad, pero no me veo en la situación de argumentar un trabajo de
estas características a los directivos y responsables de la revista antes
mencionada.
Mis más sinceros respetos. Atentamente,
M.H.S
20 de junio
Estimado compañero:
Entiendo su malestar cuando me dice que su investigación
sobre la urticaria genética en simios primitivos no puede ser rechazada con una
simple nota de quince líneas. Ruego disculpe mi torpeza pero respondí a su
demanda durante un viaje en tren a Praga y entenderá que el traqueteo no
permitía extenderme mucho en la misma.
Agradezco de nuevo su insistencia puesto que me cerciora de
su entusiasmo por el campo de estudio que está en sus manos. No dudo, tal y
como me cuenta en su respuesta, que este estudio le ha llevado más de veinte
años de investigación y que en ese período habrá pasado, como todo
investigador, por altibajos intelectuales, emocionales, y, por supuesto,
económicos. Sepa bien que le entiendo.
Debo agradecerle también el envío de las tres botellas de
Borgoña que acompañaron la quinta carta. Aunque soy abstemio desde hace más de
catorce años desde mi último ataque al corazón, le prometo que las guardaré en
mi bodega particular y las ofreceré a mis invitados cuando la ocasión lo
requiera. Sin embargo, debo advertirle que si utilizó usted ese envío como
estrategia de ablandarme, lamento decirle que no obtuvo su resultado.
Lamentablemente, tal y como le comenté en mi anterior misiva
me es totalmente imposible hacer una reseña de su investigación tal y como
usted demanda. Le animo a que se ponga en contacto usted directamente con los
responsables de la revista Patterns of
modern scientific y que sean ellos, a través de su comisión de evaluación
trimestral, los que valoren la posibilidad de su publicación.
Reciba un cordial saludo.
M.H.S.
8 de octubre
Caballero:
Debo confesarle que su insistencia semanal me tiene
impresionado pero si esta vez he decidido responderle ha sido por una cuestión
que ya ha sobrepasado lo que yo creo son los límites de la buena educación.
Agradecí el envío de las tres botellas de vino, alabé su motivación intrínseca
y nunca puse en duda su labor investigadora pero mandar a su mujer a mi
despacho considero que fue un acto de cobardía suprema.
Afortunadamente, ese día me encontraba en un congreso de
Tenesse y fue, Rosa, mi asistente personal, la que se encontró con la visita
inesperada de una mujer que, según su descripción literal, le asustó sobremanera.
Rosa me contó que su esposa se sentó en el butacón de mi despacho y le dijo que
no se movería de ahí hasta que yo apareciera. Que, según ella, no era posible
que un profesional de mi estatus hubiera rechazado de esa forma a su marido,
que llevaba tantos años inmerso en una investigación tan importante y que no
iba a permitir irse de mi despacho sin una respuesta por mi parte. Considero a
Rosa como una persona muy discreta, tranquila de ánimo y muy educada pero
cuando, tras cinco horas de espera, vio que su señora no levantaba un pie del
butacón, la invitó a marcharse con la promesa de dejarme nota expresa de su
visita. Y, sí, lo hizo. Junto con la dicha nota también me dejó una carta de su
médico recomendándole unas semanas de reposo mental. No me trasladó
literalmente las palabras que su señora esposa le trasladó pero debo intuir que
no fueron muy agradables.
Vistos los acontecimientos, y que además me he quedado sin
asistente personal durante unas semanas, debo rogarle que cese en su petición y
considere muy seriamente que otro profesional escriba su reseña.
Sin más, me despido.
M.H.
29 de diciembre
Permita que me dirija a usted sin encabezamiento previo.
Considero que ya nuestra relación, si alguna vez la hubo, no merece de tal
consideración. Debo confesarle que tras la última carta que le remití hará cosa
de un mes creí que usted hubiera aceptado mi negativa y nuestra correspondencia
cesaría. Así fue cuando en tres semanas no recibí ninguna epístola por su
parte.
Lamentablemente mi tranquilidad duró muy poco cuando un día
mi mujer volvió a casa tras cerrar la farmacia y me contó el encuentro no
fortuito con su esposa. Debo confesarle que no me escondo ante la opinión
pública de que mientras he dedicado toda mi vida, o gran parte de ella, a la
redacción de artículos e investigaciones para varias revistas científico-periodísticas
y universidades varias, he podido mantener un estatus de vida que algunos
considerarían alto gracias al negocio familiar de mi esposa. Su familia regenta
una farmacia desde hace más de cuatro generaciones y eso nos ha permitido
seguir adelante con nuestra vida mientras yo me dedicaba a mis quehaceres
literarios. Si le cuento todo esto, muy señor mío, no es para vanagloriarme de
mi suerte o de mi estado social. Bien sabe que nunca me he querido esconder de
mi condición. Más bien se lo cuento para que comprenda que, a pesar de parecer
que mi familia y yo estamos envueltos en un halo de vanidad y grandes lujos,
nunca me he escondido de vivir del sueldo del negocio de la familia de mi
esposa. Es por ello que, no teniendo ella ningún conocimiento de nuestra
correspondencia, comprenderá que, al ver aparecer a su señora en la farmacia y
preguntar por mí de forma insistente ( sin dar ninguna explicación más que la
repetitiva frase de “debo ver urgentemente al señor M.), la mía empezara a
sospechar de forma clara. Debo decirle que la descripción que me hizo mi señora
de la suya fue tan detallada que dudo de que en algún momento yo me hubiera
fijado en sus grandes manos o sus ojos escrutadores. Esté usted tranquilo que
no me daría la vuelta si la viera pasear por la acera de enfrente. Pero ese
infortunio ha hecho que mi esposa empezara a preguntarse si entre tanto viaje y
tanta investigación no me estuviera yo viendo con alguna otra mujer, como la
suya.
Como entenderá no tengo que entrar en detalles de mi vida
personal pero, ya que usted parece no tener escrúpulos al mostrar la suya
enviando a su mujer a amenazar a cuantas mujeres rodean mi vida personal y
familiar, debo contarle que mi esposa ha decidido tomarse un “permiso
matrimonial” (así lo definió ella) y volverse al pueblo durante una temporada.
Así, ve, caballero, mi situación se ve afectada, no solo por la marcha de mi
esposa sino porque la farmacia ha cerrado sus puertas y me veo sin ingresos
periódicos para hacer frente a mis necesidades diarias. No, no he hecho uso de
un buen ahorro en los últimos años. Siempre nos ha gustado vivir en los máximos
placeres a mi mujer y a mí.
No me cabe duda ya de que toda esta amenaza a través de su
mujer forma parte de una nueva forma de chantaje para que acceda a escribir su
reseña científica para la revista Patterns
of modern scientific. Llegados a este punto solo me cabe apelar a mi
sinceridad y negarle mi ayuda. No es que no haya actuado con honestidad en las
anteriores cartas pero me he visto obligado al buen honor y la buena educación.
Ahora, sin embargo, debo confesarle que no solo no puedo redactar esta reseña
por mi desconocimiento del tema dérmico en los primitivos simios en Madagascar.
Además debo decirle que la calidad literaria de su investigación está a la
altura de la redacción de un pre-púber no escolarizado y que ninguna de las
conclusiones a las que llega usted se
basan en refutaciones científicas. Dudo, muy señor mío, que ninguna revista quisiera publicar
esa investigación suya que más se parece a un puchero de pedazos recortados y repegados
de otras investigaciones.
Sin más que añadir, ruego usted siga su vida y deje de
fastidiar la mía que ya bastante ha hecho. Apelo a su conmiseración teniendo en
cuenta las fechas en las que nos encontramos
M.
5 de marzo
He tomado prestados un plumín y varios papeles para
dirigirme a usted tras varios meses sin recibir noticias suyas. Desconozco si
usted no habrá intentado ponerse en contacto conmigo en alguna ocasión pero
desgraciadamente desde la última carta que le remití me he visto envuelto en
una serie de acontecimientos que han desencadenado el verme viviendo en una
pensión de las afueras y sin un centavo en mi bolsillo.
Mi mujer no volvió del pueblo y, tras mi última carta
supongo que usted se dirigió al colegio oficial de redactores científicos. Si
lo intuyo es porque unos diez días después de echar el sobre en el buzón me
encontré con un telegrama urgente del colegio en donde me indicaban que “ por
injurias y desatender su deber y obligación profesional nos vemos en la
obligación de darle de baja del colectivo”. Entenderá que sin el aval del
colegio profesional mi trabajo en la revista cesó inmediatamente así como
cualquier posibilidad de realizar ninguna ponencia en ninguna de las
universidades del país y parte del extranjero.
Sin ingresos habituales tuve que dejar mi despacho y despedir a Rosa, mi
asistente, quien aprovechó para denunciarme por despedirla estando ella de baja
por descanso mental. Los padres de mi esposa decidieron mandar a la policía
para echarme de la casa al no poder pagar los recibos varios de mantenimiento y
han decidido convertir la mansión en una pensión de lujo para doctores y
congresistas. Así pues, con una maleta de mano me he visto en las últimas
semanas vagando de hotel en hotel hasta que he acabado en una pensión oscura y
húmeda.
No le escribo todas mis miserias por hacerle sentir mal
porque en el fondo usted contribuyó a esta situación. Si me dirijo a usted es
para hacerle saber que antes de ayer vi, en un quisco del barrio, la portada de
la revista Patterns of modern scientific
en la que había una fotografía de un chimpancé y un título que me resultó
familiar. Efectivamente, muy señor mío, vi que su reseña había sido publicada.
Me apiado de la frágil alma del crítico al que habrá chantajeado para llegar a
publicar su investigación pero es mi obligación y deber felicitarlo por su
insistencia, constancia y firme creencia en sí mismo y su trabajo. Sigo
pensando que su trabajo no vale un penique pero le mando mis más sinceras
felicitaciones por no cesar en su objetivo.
Mis más sinceros reconocimientos.
Atentamente,
M.