sábado, 15 de febrero de 2014

POR CONVICCIÓN



4 de abril

Señor:

Respondo a su petición de hace unas semanas en la que me demanda una reseña de su investigación con esta carta. De hecho, no sé cómo encabezarla. He estado dándole vueltas al asunto y considero que dirigirme a usted en un tono más cercano, usando, por ejemplo, un Estimado , sería algo totalmente fuera de lugar dada la cuestión de que no nos conocemos personalmente. No entro en consideraciones más emocionales, como un Querido o un Amigo ya que, aunque no descarto esta consideración en un futuro próximo, todavía considero pronto el usarla en estas líneas.

Como ya le habrán informado, me veo en la imposibilidad de acontecer a su petición. Aunque en el círculo médico-periodístico soy bien considerado, como usted ya me hizo saber en su última misiva y como avalan las decenas de premios a la investigación que cuento en mi carrera, debo declinar la petición de escribir una crítica de su última investigación. Como bien sabe soy especialista en artículos médicos particulares como la odontología general, el diagnóstico para la imagen y la urología. Además, los contactos con los que trato en la revista científica Patterns of modern scientific no son íntimos ni familiares y me pedirían más de una y más de cien explicaciones de por qué les hago llegar una reseña tan desvinculada de mi especialidad como la que usted demanda. Comprenderá usted que la urticaria genética en los chimpancés de Madagascar no sea un tema de mi especialidad y no cuento con suficientes avales para recomendar una reseña como esta.

Ruego disculpe mi negativa; no considero que no tenga usted la máxima calidad, pero no me veo en la situación de argumentar un trabajo de estas características a los directivos y responsables de la revista antes mencionada.

Mis más sinceros respetos. Atentamente,

 

M.H.S

 20 de junio

Estimado compañero:

Entiendo su malestar cuando me dice que su investigación sobre la urticaria genética en simios primitivos no puede ser rechazada con una simple nota de quince líneas. Ruego disculpe mi torpeza pero respondí a su demanda durante un viaje en tren a Praga y entenderá que el traqueteo no permitía extenderme mucho en la misma.

Agradezco de nuevo su insistencia puesto que me cerciora de su entusiasmo por el campo de estudio que está en sus manos. No dudo, tal y como me cuenta en su respuesta, que este estudio le ha llevado más de veinte años de investigación y que en ese período habrá pasado, como todo investigador, por altibajos intelectuales, emocionales, y, por supuesto, económicos. Sepa bien que le entiendo.

Debo agradecerle también el envío de las tres botellas de Borgoña que acompañaron la quinta carta. Aunque soy abstemio desde hace más de catorce años desde mi último ataque al corazón, le prometo que las guardaré en mi bodega particular y las ofreceré a mis invitados cuando la ocasión lo requiera. Sin embargo, debo advertirle que si utilizó usted ese envío como estrategia de ablandarme, lamento decirle que no obtuvo su resultado.

Lamentablemente, tal y como le comenté en mi anterior misiva me es totalmente imposible hacer una reseña de su investigación tal y como usted demanda. Le animo a que se ponga en contacto usted directamente con los responsables de la revista Patterns of modern scientific y que sean ellos, a través de su comisión de evaluación trimestral, los que valoren la posibilidad de su publicación.

Reciba un cordial saludo.

M.H.S.

8 de octubre

Caballero:

Debo confesarle que su insistencia semanal me tiene impresionado pero si esta vez he decidido responderle ha sido por una cuestión que ya ha sobrepasado lo que yo creo son los límites de la buena educación. Agradecí el envío de las tres botellas de vino, alabé su motivación intrínseca y nunca puse en duda su labor investigadora pero mandar a su mujer a mi despacho considero que fue un acto de cobardía suprema.

Afortunadamente, ese día me encontraba en un congreso de Tenesse y fue, Rosa, mi asistente personal, la que se encontró con la visita inesperada de una mujer que, según su descripción literal, le asustó sobremanera. Rosa me contó que su esposa se sentó en el butacón de mi despacho y le dijo que no se movería de ahí hasta que yo apareciera. Que, según ella, no era posible que un profesional de mi estatus hubiera rechazado de esa forma a su marido, que llevaba tantos años inmerso en una investigación tan importante y que no iba a permitir irse de mi despacho sin una respuesta por mi parte. Considero a Rosa como una persona muy discreta, tranquila de ánimo y muy educada pero cuando, tras cinco horas de espera, vio que su señora no levantaba un pie del butacón, la invitó a marcharse con la promesa de dejarme nota expresa de su visita. Y, sí, lo hizo. Junto con la dicha nota también me dejó una carta de su médico recomendándole unas semanas de reposo mental. No me trasladó literalmente las palabras que su señora esposa le trasladó pero debo intuir que no fueron muy agradables.

Vistos los acontecimientos, y que además me he quedado sin asistente personal durante unas semanas, debo rogarle que cese en su petición y considere muy seriamente que otro profesional escriba su reseña.

Sin más, me despido.

M.H.

29 de diciembre

Permita que me dirija a usted sin encabezamiento previo. Considero que ya nuestra relación, si alguna vez la hubo, no merece de tal consideración. Debo confesarle que tras la última carta que le remití hará cosa de un mes creí que usted hubiera aceptado mi negativa y nuestra correspondencia cesaría. Así fue cuando en tres semanas no recibí ninguna epístola por su parte.

Lamentablemente mi tranquilidad duró muy poco cuando un día mi mujer volvió a casa tras cerrar la farmacia y me contó el encuentro no fortuito con su esposa. Debo confesarle que no me escondo ante la opinión pública de que mientras he dedicado toda mi vida, o gran parte de ella, a la redacción de artículos e investigaciones para varias revistas científico-periodísticas y universidades varias, he podido mantener un estatus de vida que algunos considerarían alto gracias al negocio familiar de mi esposa. Su familia regenta una farmacia desde hace más de cuatro generaciones y eso nos ha permitido seguir adelante con nuestra vida mientras yo me dedicaba a mis quehaceres literarios. Si le cuento todo esto, muy señor mío, no es para vanagloriarme de mi suerte o de mi estado social. Bien sabe que nunca me he querido esconder de mi condición. Más bien se lo cuento para que comprenda que, a pesar de parecer que mi familia y yo estamos envueltos en un halo de vanidad y grandes lujos, nunca me he escondido de vivir del sueldo del negocio de la familia de mi esposa. Es por ello que, no teniendo ella ningún conocimiento de nuestra correspondencia, comprenderá que, al ver aparecer a su señora en la farmacia y preguntar por mí de forma insistente ( sin dar ninguna explicación más que la repetitiva frase de “debo ver urgentemente al señor M.), la mía empezara a sospechar de forma clara. Debo decirle que la descripción que me hizo mi señora de la suya fue tan detallada que dudo de que en algún momento yo me hubiera fijado en sus grandes manos o sus ojos escrutadores. Esté usted tranquilo que no me daría la vuelta si la viera pasear por la acera de enfrente. Pero ese infortunio ha hecho que mi esposa empezara a preguntarse si entre tanto viaje y tanta investigación no me estuviera yo viendo con alguna otra mujer, como la suya.

Como entenderá no tengo que entrar en detalles de mi vida personal pero, ya que usted parece no tener escrúpulos al mostrar la suya enviando a su mujer a amenazar a cuantas mujeres rodean mi vida personal y familiar, debo contarle que mi esposa ha decidido tomarse un “permiso matrimonial” (así lo definió ella) y volverse al pueblo durante una temporada. Así, ve, caballero, mi situación se ve afectada, no solo por la marcha de mi esposa sino porque la farmacia ha cerrado sus puertas y me veo sin ingresos periódicos para hacer frente a mis necesidades diarias. No, no he hecho uso de un buen ahorro en los últimos años. Siempre nos ha gustado vivir en los máximos placeres a mi mujer y a mí.

No me cabe duda ya de que toda esta amenaza a través de su mujer forma parte de una nueva forma de chantaje para que acceda a escribir su reseña científica para la revista Patterns of modern scientific. Llegados a este punto solo me cabe apelar a mi sinceridad y negarle mi ayuda. No es que no haya actuado con honestidad en las anteriores cartas pero me he visto obligado al buen honor y la buena educación. Ahora, sin embargo, debo confesarle que no solo no puedo redactar esta reseña por mi desconocimiento del tema dérmico en los primitivos simios en Madagascar. Además debo decirle que la calidad literaria de su investigación está a la altura de la redacción de un pre-púber no escolarizado y que ninguna de las conclusiones a las que llega usted  se basan en refutaciones científicas. Dudo, muy señor  mío, que ninguna revista quisiera publicar esa investigación suya que más se parece a un puchero de pedazos recortados y repegados de otras investigaciones.

Sin más que añadir, ruego usted siga su vida y deje de fastidiar la mía que ya bastante ha hecho. Apelo a su conmiseración teniendo en cuenta las fechas en las que nos encontramos

M.

5 de marzo

He tomado prestados un plumín y varios papeles para dirigirme a usted tras varios meses sin recibir noticias suyas. Desconozco si usted no habrá intentado ponerse en contacto conmigo en alguna ocasión pero desgraciadamente desde la última carta que le remití me he visto envuelto en una serie de acontecimientos que han desencadenado el verme viviendo en una pensión de las afueras y sin un centavo en mi bolsillo.

Mi mujer no volvió del pueblo y, tras mi última carta supongo que usted se dirigió al colegio oficial de redactores científicos. Si lo intuyo es porque unos diez días después de echar el sobre en el buzón me encontré con un telegrama urgente del colegio en donde me indicaban que “ por injurias y desatender su deber y obligación profesional nos vemos en la obligación de darle de baja del colectivo”. Entenderá que sin el aval del colegio profesional mi trabajo en la revista cesó inmediatamente así como cualquier posibilidad de realizar ninguna ponencia en ninguna de las universidades del país y parte del extranjero.  Sin ingresos habituales tuve que dejar mi despacho y despedir a Rosa, mi asistente, quien aprovechó para denunciarme por despedirla estando ella de baja por descanso mental. Los padres de mi esposa decidieron mandar a la policía para echarme de la casa al no poder pagar los recibos varios de mantenimiento y han decidido convertir la mansión en una pensión de lujo para doctores y congresistas. Así pues, con una maleta de mano me he visto en las últimas semanas vagando de hotel en hotel hasta que he acabado en una pensión oscura y húmeda.

No le escribo todas mis miserias por hacerle sentir mal porque en el fondo usted contribuyó a esta situación. Si me dirijo a usted es para hacerle saber que antes de ayer vi, en un quisco del barrio, la portada de la revista Patterns of modern scientific en la que había una fotografía de un chimpancé y un título que me resultó familiar. Efectivamente, muy señor mío, vi que su reseña había sido publicada. Me apiado de la frágil alma del crítico al que habrá chantajeado para llegar a publicar su investigación pero es mi obligación y deber felicitarlo por su insistencia, constancia y firme creencia en sí mismo y su trabajo. Sigo pensando que su trabajo no vale un penique pero le mando mis más sinceras felicitaciones por no cesar en su objetivo.

Mis más sinceros reconocimientos.

Atentamente,

M.

jueves, 6 de febrero de 2014

VÍCTIMAS


Debería sentirme afortunada y solo tengo ganas de llorar, de tirarme de los pelos y, si tuvieras, de tirártelos a ti también hasta hacerte sangrar. Pero entonces te pondrías a llorar como un puercoespín al que están degollando. No pararías de berrear, como si la vida te fuera en ello. Aunque sí, la vida te va en ello, porque de tus lloros y de tus gritos depende que yo te dé el pecho o te meta el dedo en la boca. Debería mecerte entre mis brazos cuando empiezas a llorar desconsolado. Para eso, para consolarte. Pero quien me tendría que consolar es tu padre, ese torturador del trabajo bien hecho, ese solucionador de todo, en todo momento y como- yo -lo –digo- es mejor. Asco. Te mataría. O, mejor, me mataría. Sería mucho más cruel. Lo sé.

Debería estirar las comisuras de mis labios hasta formar una mueca de felicidad pero tú te cagas, te meas, te lloras y te quedas dormido sin avisar. Eres un surtidor de excrementos y babas y líquidos viscosos y gritos a mil trescientos decibelios. Y yo debería adivinar esas señales que todavía no atino a comprender. Y que no me dejan dormir. Debería llamarte en diminutivo de alguna fruta tropical, como melocotoncito, o confiturita de piña, pero me entran náuseas al imaginarte pringoso, resbaladizo en tu cuna, y entre mis manos cuando te baño. Porque debo limpiarte con cuidado, que la herida del cordón aún anda tierna, dicen. Y yo, que solo pienso en tirarte de la pielcita esa y darle vueltas, enroscarla entre mis uñas y estirar, primero suave, pero luego con fuerza. Hasta arrancarte la costra, como una calcomanía, y se quedaría enganchada y yo tiraría más y más fuerte...

Porque debería sentir un halo de amor y solo me acuerdo de los abuelos víctimas de la ya no tan reciente soltería de su hija, abuelos que amenazan con la boca pequeña: egoístas de la maternidad ajena. Porque la suya les salió vomitiva ahora quieren redimirse contigo. Y conmigo. ¡Hijos de la gran cagada universal! ¡Tirad ya de la cadena y dejad que me escurra cañería abajo!

Dicen que esto dura muy poco, que mi deseo de arrancar el papel de las paredes a mordiscos irá aminorando a medida que nos vayamos conociendo. Puré de papel te haría con ese chisme que tus tías te compraron antes de nacer. Y te lo haría tragar de golpe, sin dejarte respirar, para que por una vez, una sola vez te callaras y me dejaras en paz.

Debería vestirme cuando vienen amigas, y hacerles café y ponerles las pastas y sonreír agradecida de los consejos que me dan, porque ellas ya lo son, a veces por duplicado e, incluso, por triplicado. Maldita bonoloto la que me tocó; sueldo esclavizador de por vida. Como si ellas ya tuvieran el master en maternidad y yo me acabara de matricular en la facultad. Cuando nunca pedí meterme en esa fritura picante, que me amarga las mañanas, las tardes, las noches, y las tardes y las noches… las noches… No hay bicarbonato para calmar esta quemazón que me arranca la piel de dentro de la garganta.

No debería gritarte ahora que me miras con esos ojos abiertos, suplicando ternura, pidiéndome que te bese o te diga palabrerías de catálogo de nubes. Yo te envolvía en una manta vieja, de las que más pican, de las que escuecen hasta el apéndice y te enroscaba en una caja de cartón. Pero ahora me miras con esos ojos abiertos y me sonríes enseñando las encías desnudas. Y me pides con las manitas espasmódicas que te acerque mi mejilla al ombligo. No lo hagas. Sabes que en el fondo soy débil, como una zanahoria hervida. Podrías pedirme cualquier cosa. Y no quiero. Podría enternecerme. Y no puedo. Podría llegar a quererte y olvidar todo este sufrimiento. Guardar por un momento este rencoroso victimismo en un cajón y cerrarlo con llave. Y, no. No quiero.