sábado, 6 de mayo de 2017

EN EL DÍA DE LA MADRE...



Mañana es domingo 7 de mayo y aquí, en este país, festejemos el Día de la Madre. Mañana hará 39 años que el Día de la Madre también cayó en domingo, un 7 de mayo. Y el lunes 8 de mayo nací yo. Hace 39 años.

Así que hoy escribo para festejar que mañana hará 39 años que mi madre es madre y que yo vine a este mundo porque ella me trajo.

No recuerdo mi venida pero me la han contado varias veces. Se ve que tenía ganas de salir. Vamos, que la cosa fuer relativamente rápida. Aunque los médicos no lo previeron muy bien y mandaron a mi padre a casa a dormir. Porque era de madrugada cuando empecé a dar contracciones. Karate Kid estaban viendo mis padres por la noche cuando los empecé a mandar al hospital. E, imagino , que justo cuando mi padre se volvía a casa, dejando a mi madre en el hospital, ahí dije que quería salir. Y salí.

Mi abuelo paterno se había jugado algo (nunca supe qué fue; el orgullo, quizás) con mi madre de que yo sería un niño. El primogénito de la familia: el primer hijo, el primer nieto. Mi madre “sabía” de alguna forma de que yo sería niña. Y fui niña. Y mi madre defendió su postura hasta el final. Y ganó esa apuesta. Veintitrés años tenía mi madre cuando fue madre por primera vez.
Ahora tiene sesenta y dos.



Nuestra relación no es que haya sido fácil. Digo, para ninguna de las dos. Imagino que para ella no fue fácil tener una criatura tan joven. Y, unos tres años más tarde, tener a otra: mi hermana. Otra mujer. Tres mujeres en mi pequeña familia. Porque a mi abuela materna nunca la llegué a conocer. Y a mi abuela paterna la conocí pero de lejos. Y, digo, que no ha sido fácil porque ahora, con cierta edad, imagino que debieron haber muchos miedos, muchas incertidumbres. Muchos ensayos, muchas pruebas. Creer o no creer en los consejos médicos de una época que no es esta. Creer o no creer en los consejos de amigos, familia... Creer o no creer que una podría llevar una casa y criar a dos niñas ella sola. O, casi. Porque mi padre se pasaba los días trabajando para poder mantenernos. Él, joven también.

Y, ambas, hicimos lo que pudimos hacer mejor en cada momento. Lo que supimos hacer con la sabiduría que teníamos en cada momento.

No me considero una persona sabia, ni tan siquiera algo inteligente. Pero, sí hay una cosa que sé ahora. Ahora que me acerco a lo que algunos llaman “el ecuador de mi vida”: agradezco todo lo que mi madre ha hecho por mí. Lo que ha hecho y lo que no ha hecho. Porque de todo ello he aprendido. Y de todo sigo prendiendo. Si soy lo que soy es gracias a ella. Fácil o difícilmente. Y me siento agradecida. Tremendamente honrada de ahora, por fin, ver su grandeza.



Porque mi madre, ahora que tiene sesenta y dos años se ha hecho actriz. Ella lo niega. Ella dice que lo hace porque se divierte, porque sale da casa, porque se lo pasa bien y porque es la más vieja entre jóvenes talentos del futuro cine. Se ha hecho actriz de cortometrajes. Y ayer vi el último corto que me mandó y vi a una mujer completa. Una mujer que ha luchado, contra los otros, contra sí misma. Y que, de alguna forma, por fin, ha decidido dejar de luchar y empezar a disfrutar de la vida.
Este es el último aprendizaje que me queda por aprehender. Lo tengo claro. Disfrutar de la vida.


Gracias, mamá. En tu día que es el mío también.