Hay un hombre valiente lleno de miedo y de temor. Un hombre
valiente lleno de miedo que oculta con un cúmulo de sabiduría. Como si el ser
admirado intelectualmente escondiera esa sombrita de temor a la vida que, a
veces, muy pocas veces, asoma por detrás de la oreja.
Hay un hombre valiente que se reprime y, también, reprime.
Porque le teme al conflicto y al confrontar. Porque le teme, en definitiva, a
perder el amor y la admiración. Y, mientras, habla en tercera persona del
impersonal para no mojarse una pizca en su dignidad dañada.
Hay un hombre valiente que ordena y etiqueta todo: los
cajones, los álbumes, las fotos y hasta las bolsas de etiquetas. Al hombre
valiente siempre le ha dado miedo el mundo. Pero lo oculta preparándose ante
todo con perseverancia y suspicacia. Con algo de desconfianza y mucho estudio.
Ese hombre valiente, que se avergüenza tan rápidamente,
suele moverse en grupos pequeños, se siente inseguro pero no lo muestra, se ve
vulnerable pero no lo dice. Eso sí, tiene muy buenos amigos. Pocos, pero
buenos. Y es leal. Muy leal. Puedes contar con él siempre. Y siempre es
siempre.
En el fondo, su dulzura se
parece más a un edulcorante natural: suave pero duradera. Y, a veces, se le
escapa por la comisura de los ojos en forma de lagrimitas de cristal.
Hoy al hombre valiente se le ha girado la vida. O, mejor
dicho, la salud. Y se ha visto pequeño, indefenso. Dubitativo e inseguro. Y , aunque , con dificultad,
por una vez, se ha dejado querer.
Como un niño que solo pide que lo miren.