Hay un perro que, detrás de un seto, mira como un gato duerme. A lo lejos, tres caballos, espantan las moscas con sus patas traseras. El gato, impasible, descansa su cola mientras sus orejas, atentas, siguen los pasos que se acercan.
Los pasos silenciosos regresan a su hogar temporal. Como
matriz que acoge amorosa, el hogar les regala una noche a la luz de las velas. Las
llamitas de las velas danzan armoniosas al compás de una canción italiana. Canta
de alguien que marcha. Triste. Muy triste. La tristeza en el ambiente se
envuelve, calurosa, del abrazo de las historias de C.
C. habla despacio, como si saboreara cada palabra. Masticando
cada recuerdo. Todos, simplemente, atienden. Ahora que han aprendido a prestar
a tención. A atender a lo que hay. Afuera y adentro. A hacerle un espacio de
bienvenida a lo que llega Y lo que llega puede ser trueno o lluvia, lágrimas o
besos, sonrisas o juegos, padre, madre e infante… El vacío ya no se moja.
Esperan y no. Como si la espera ya hubiera llegado a su
destino. Como si el alma los hubiera, por fin, alcanzado.
Las viejas piedras de la casa también escuchan. Atentas. ¡Cuántas vidas habrán visto nacer! Las celebran.
Las bendicen.
Las historias de C. se entremezclan con las historias que
ellos se cuentan. Las que se solían contar y las nuevas historias aún no
acabadas. Nuevos espacios, nuevos caminos. Las nuevas historias comienzan a
retumbar, como el trueno que, ya a lo lejos, se desvanece.
Una mano se recoge, un pie se aposenta en el suelo. Hay
miradas por todas partes. Respiraciones y suspiros que se respiran a sí mismos.
Que se dan aliento. Suspiros suspirándose. Espacios exteriores, húmedos, cálidos,
risas y frases inventadas, chistes con código, el compartir de bandejas de
fruta. Alimentando de vida nuevos espacios nacientes. Como el camino, nutriéndose
a sí mismo.
Y se jalea el aire. El aire que entra y sale. Sale y entra.
Entra y sale. Suspira y jalea. Darle espacio al dolor y jalearlo. Respirarlo.
Darle espacio y, darse cuenta entonces, que ahí se cobijan todas nuestras
posibilidades.
Como quien batea el trigo para desgranar la espiga. Y el oro
del grano, regalo inesperado. Como perla en el camino. Tantas perlas
desgranadas que uno podría engarzar un collar. Largo, muy largo. Solo el hilo
los une. Así invisible como el perro que, ahora, ya se fue, galopando, en busca
de un pichón. A lo lejos, tres caballos relinchan.
Aquí, ya todo es paz.