viernes, 29 de julio de 2016

ALGO MÁS DE SEIS MINUTOS








Otra vez tarde… ya llega tarde… siempre llega tarde… ¡Es que no lo soporto!… por estas cosas es por lo que estoy aquí plantado, a cuarenta grados de calor, en una esquina con las manos en los bolsillos y recontándome el por qué… porque sí, porque ya hace demasiado tiempo… Aunque, bien mirado ¿cuánto es demasiado tiempo? En nuestro caso, más de seis años… Vale, es que éramos muy jóvenes. Vale, al principio sí fue precioso, pero es que ahora… Me exaspera que deje las bragas tiradas por el suelo… Me irrita que no friegue los platos nada más terminar de comer… ¡Joder! Que luego vienen bichos y tengo que matarlos yo porque ella es muuuuy finnaaa para eso… Que pobres animalitos…que no los matemos pero qué asco me dan… ¡¡Claro!! Ya me lo dijo mi madre… Esta chica… esta chica no traerá nada bueno… pero tú mismo, Miguel, ya eres mayor para equivocarte solo… ¡¡Joder!!! 

¿Y si me estoy equivocando ahora? ¿Y si en realidad son mis miedos?... Mi miedo al compromiso que me dice: Miguel, corta con ella… Ya estás harto… Ya estás hasta los mismísimos… Que te torea… Que la moza te torea… Que seguro que ahora querrá tener hijos… Y yo que no sé… No sé si estoy preparado para ser padre… Todavía no…¡Joder! Pero si solo tengo treinta y dos...

Pero esas son mis voces… Y si, en realidad, ¿no es más que una mala racha? … Desde que me echaron no he vuelto a levantar cabeza… Está jodida la cosa… Me paso las mañanas en casa, navegando por la red y buscando curro… Y ella, claro, ella se levanta, se ducha, se viste, se repeina y se maquilla y sale tan estupenda por la puerta… Ella es la que puede salir a cenar con las amigas cada dos semanas… ¿Y yo? Yo que si me llega, me tomo una cerveza ¡y punto! 

Los colegas…que hemos pasado de salir de copas a comer pizzas en casa de Ramón… y porque tiene terraza…¡¡ joder!! Será eso... Será que estoy deprimido, ¿no? Le llaman así… Bueno eso lo sabrá mejor Samuel que es psicólogo…Un día de estos le pregunto… Aunque claro, quizás me diga que él no puede decirme, que somos muy amigos y que no puede ser imparcial… O, no. O quizás como me conoce mejor que nadie me puede ayudar…

Ya van cinco minutos… ¡¡cómo no aprendo!!! Si ya sé que siempre llega tarde, ¿por qué no llego yo tarde también?… Lo malo de ser puntual es que nadie puede apreciarlo… ¡ehh! ¡Qué frase más chula! Me la apunto en el móvil para recordarla… a ver si con ella me casco una nueva canción… Ay, qué de tiempo que no cojo la guitarra… ya ni eso, antes me pasaba horas y horas ensayando… Así nos conocimos… qué bonita estaba con sus trenzas negras cogidas en lo alto de la coronilla y esa camiseta de tirantes que le dejaba los hombros al aire… ¡Ay! Qué guapa, que nos esperaba a la salida del local… con su piruleta o su helado… porque empezó a fumar más tarde… Eso, ¿por qué empezaría! Si sabe que no le sienta nada bien… con lo que odio que le sepa el aliento a cenicero… Pero qué bonita estaba… ¡Tres años! Tres años me costó decirle nada… La invité yo, ¿verdad? Ya casi no me acuerdo… creo que sí. Que un día me aventuré, cogí fuerzas y le dije: Vámonos de aquí que te invito a una birra… Seis años han pasado ya… joder… 

¿Dónde tendré la guitarra guardada? ¿Por qué dejaría de tocar? Tengo que buscarla… en cuanto llegue a casa me pongo…

 A ver... ¿Cómo era la frase?… Ah, sí… (Teclea en su teléfono)…

¡Ea! Ya está… Y ese qué mira… lleva diez minutos en la puerta del chino mirándome… Seguro que piensa: pobre infeliz que lo han dejado plantado… ¡¡Gilipollas!! Soy yo el que la va a dejar… y más plantada que un ajo… 

Mira que te ha costado, Miguel, joder… decidirte… Creo que sí, que al final he tomado la mejor decisión… Vale, estoy en paro, no tengo un duro…no puedo viajar más pero ¡ya está!,… hasta aquí… la cosa hace meses que no marcha… a penas hablamos de nuestros sueños… apenas hablamos de nada… Bueno, ¡vale! qué confidencias habrá que decirse tras tantos años juntos…Bueno, algo habrá, ¿no? Mira a Lola y Mario, por ejemplo… más o menos llevan el mismo tiempo que nosotros y siempre se les ve tan felices, tan enamorados…¡¡¡ joder!!! 

Y a nosotros, ¿cómo se nos verá a nosotros desde afuera? Bueno, al Luismi siempre le hemos parecido algo siesos… el tío… Sieso tu padre, ¡¡cabrón!!... Que desde el día que te pillé mirándole las tetas te eché la cruz, cabronazo… Y desde ese día te tengo vigilado… VI-GI-LA-DO… Porque ella es mía… lo entiendes MI-A… Además, follamos como  animales…A-NI-MA-LES... el sexo sí... Eso sí, el sexo es fantástico… en eso sí que sí…

Vale, quince minutos tarde… ¿es mía?... ¿será que no lo tengo del todo claro

¿Realmente quiero dejarla? ¡¡Joder!! ¡¡Joder!!... Acabo de quedar con ella para dejarla y ahora empiezo a dudar… joder… Y si en realidad es esto:  una mala época… solo una mala racha… ella en el fondo siempre me ha dejado hacer la mía… nunca me ha recriminado nada… Que si un verano, el Camino de Santiago… no dijo nada… Que si un octubre, Argentina…pues me he ido… Que si he llegado a casa con tres vinilos acabados de comprar en la tienda de segunda mano… mira que me costaron caros, los jodidos… Tampoco me dijo nada… y en esas ella estaba en paro… Joder, soy un monstruo… si en el fondo ella me quiere, ¿verdad?... ¿Y si en el fondo soy yo?

¿Y yo? ¿Yo la quiero? Sí. La quiero... pero... Soy un monstruo… a la primera de cambio voy y me cago… pantalones abajo… joder…joder… ¿Qué hago? ¿Qué hago? 

Mírala, por ahí aparece… Joder, qué guapa está hoy… Ese vestido me gusta mucho… Seguro que no sabe ni que llega veinte minutos tarde…



―Hola cariño―le saluda ella con un beso en los morros y una sonrisa de helado de limón― ¿Llevas mucho esperando? Perdona, es que me han entretenido a la salida de la oficina y he parado a comprarme un helado―.Se coloca un mechón por detrás de la oreja― ¡Qué calor!, ¿no, cariño?

Él asiente con la cabeza, le devuelve el beso, la coge por la cintura y empiezan a caminar.


jueves, 28 de julio de 2016

ALAS EN LA PLANTA DE LOS PIES



Descalza
Des-calza
Descal-za
De-scalz-a
D-esca-lza
Descalz-a
Des... cal...za
Desc-alza
Desconecta
Conecta
Con-ecta
Co-necta
Conec-ta
Y
alza....
al-za
a-lza
alz-a

el vuelo.





amordazar
amor...daba..el zar
amor..da...zar...
amor...danzar
amo danzar
amor...danza
¡amos!...¡danza!








Menos es más. Lema que me acompaña desde hace ya un tiempo. Iba a decir que me persigue. Y, no. no me persigue porque no va detrás sino a mi lado, junto a mi, recordándose de tanto en tanto. 

Menos es más me ha acompañado en mi aprendizaje en teatro, en clown, en impro , en espontáneo. Y me acompaña también en mi proceso vital. Porque a veces me cuesta no hacer tanto, a veces me cuesta parar y dejarme respirar, dejarme deleitar por lo que hay, dejarme atravesar por lo que sucede. Y hago, hago, hago. 

Y no. No hace falta que haga tanto. No necesito seguir dándole a la manivela del mundo para que este se mueva. El mundo se mueve. Tan solo me falta recordarme, de tanto en tanto, que mejor me paro, abro los ojos, abro los oídos, abro los poros de toda todita mi piel y me dejo estar. Me dejo ser. Porque yo también, cuanto menos soy más.




Menos es más. Cuanto menos pretendo más me lleno. Cuanta menos actividad más acción. Más esencia...más esencia...lo que es ...lo que es, es. Así. Lo que es. Simplemente. Cuanta menos fantasía más realidad. Dejarme estar. Dejarme ser. Dejarme...soltar... Verlo. Verme. Vernos. En lo que hay. Lo que hay , es. Y yo cada vez, más cuanto menos agarro. Cuanto más suelto...más dejo ir... Más.

Menos es más.

Y recordármelo... recordármelo.



...atravesar el miedo...rendirme al disfrute...escuchar hasta cuándo...sentir hasta dónde...

...y bailar...bailar...bailar




La Belleza no mira, solo es mirada.
A. Einstein.



 aprendiendo a convertir el volcán en láser...
y recordármelo ...recordármelo


... cuando soy honesta me siento tranquila...
...primero, honesta conmigo misma me permite escuchar(me) más claramente... más transparente... expresando lo que hay...lo que realmente hay...
Y luego, así me permito ser honesta con los demás... y recoger lo que el otro tiene para mi... 
Verlo y recogerlo a veces duele...y también ayuda ...

... y también me recuerda que a partir de ahora ya depende de mi... no dejarme llevar por el deseo o la fantasía de lo que me gustaría que ocurriera...sino coger las riendas de lo real... que soy yo la que está caminando y que el camino lo construyo andando...

... agradezco las inseguridades y los miedos y quiero que a la vez me den fuerza para seguir construyendo(me)... y aparcar un poco mi cabezota que piensa y piensa y piensa...y no actúa.

... ahora me toca a mi.




... si al hablar nos miráramos más intensamente a los ojos... quizás las palabras no serían tan importantes...

intensidad de inocencia

pasión esencial

pura verdad

martes, 26 de julio de 2016

ANUNCIO POR PALABRAS II



Cuando el viejo payaso empezó a dolerse, la soledad decidió dar un vuelvo a su vida y decidió empezar a viajar. Compró el periódico local y buscó con ahínco el anuncio que llevaba tiempo esperando. 

Lo encontró en las páginas de contactos, a letra diminuta y en una esquina imperceptible: “Camionera retirada busca nariz roja con sonrisa melancólica”



ANUNCIO POR PALABRAS I





Enfermera jubilada acoge perro cojo. 

Nunca imaginó que su vejez fuera a ser tan solitaria.



NOCHE DE LETRAS VAGAS




Aquella fría noche de otoño el joven escritor decidió seguir bebiendo. 

Su cara se reflejó borrosamente en el espejo roto del único bar que se atrevía a incumplir la normativa ciudadana. Tras la quinta copa, una extraña sensación empezó a subirle por los tobillos; algo de aquel ambiente empezaba a resultarle extrañamente familiar.

Se fijó en el camarero y vio a un viejo barbudo al que le faltaba un diente. Detrás de la columna asomaba la cara de una mujer que en otra época llegó a ser una gran actriz. Sentada en el taburete a su izquierda se percató que la morena que comía pipas de forma obsesiva empezaba a desabrocharse la camisa semitransparente. En el sofá de terciopelo azul que reinaba la esquina del bar dormía un trajeado ejecutivo con gafas plateadas y un maletín negro que sonreía sin parar. Y colgado de la lámpara del techo, un gato negro se relamía los bigotes de su última cena.


El joven escritor apuró su  copa, miró al techo y suspiró a la nada deseando regresar a su cama y deshacerse de su vieja Olivetti. 

Ya no volvería a escribir jamás: los personajes de sus cuentos le acechaban allá por donde iba.


domingo, 24 de julio de 2016

CINCO PRENDAS




Cinco prendas de vestir tiene. Las dobla cuidadosamente y las guarda en la cajonera más alta. Por la humedad. Toca el piano, la flauta y la batería. Siempre a solas. No soporta que los vecinos le oigan cantar. Aunque lo hace bien. Él no hace turismo, viaja. Come solo cuando siente hambre. Y a veces se le olvida. Hay semanas que apenas sale de su estudio, componiendo e imaginando  sinfonías para la banda sonora de una nueva vida. Cinco prendas de vestir tiene. No más. 

Tanto por ofrecer. Y el miedo a perder lo acorrala.



DE UNO EN UNO






Los ojos del padre son duros. Fríos. Distantes. Baja a desayunar ya vestido con su traje gris y la corbata de los lunes. Un maletín con la piel gastada, muy vieja.

―Para qué comprar uno nuevo si aún sirve. Es un maletín de buena calidad. Buena piel. Como la de antes―, responde  cada vez que su mujer, solícita, le anima a cambiarlo.

El día que nace su  hijo, su único hijo, lo coge en brazos, lo mira a la cara y le dice: Tú llegarás a ser un gran hombre. Más de lo que nunca pude llegar a ser yo. Y sonríe afanoso a las enfermeras.

Y así se entrega los siguientes veinte años en instruirlo en casa, leen  juntos, le enseña a escribir y a crear, a buscar e investigar, a pensar con raciocinio. Como él. Porque el padre del traje gris es un hombre recto. La espalda tiesa y la nuca erguida. Como si hiciera muchos muchos años se hubiera tragado una vara de laurel y con las hojas, se hubiera tejido una corona de perfección.

―¿Has visto el dibujo que ha hecho tu hijo hoy en clase?―pregunta la madre un 19 de marzo.  Es noche cerrada y sirven el segundo plato.Todo silencio.

El hijo enmudece mientras mastica lentamente y sin hacer ruido, como debe ser, el pollo empanado con guisantes, temiendo la sentencia del capitán.

―Sí―, responde toscamente.

― ¿Y no le vas a decir nada? ― le guiña un ojo al niño prometiéndole un algo redentor. Este se mantiene gélido, helado. No osa mover una ceja mientras espera al gran veredicto. Tiene seis años y ya ha aprendido a callar y a esperar.

El padre, sin levantar la mirada, corta su pollo con diligencia, se mete un trozo en la boca y lo mastica veinte veces, como debe ser, hasta que lo traga sin problemas. Deja los cubiertos apoyados en el plato, nunca en el mantel: para no mancharlo. Cruza las manos y clava unos ojos gélidos en su hijo.

― Muy bonito.

El niño suspira tranquilo. La madre sonríe.

 ― Pero poco útil. Para entrar en la mejor universidad, los dibujos no sirven.

Y vuelve a su tarea deglutidora como si no hubiera dicho nada.

La nuca del pequeño se encoge hasta convertirse en un huesecito blandito, como de cereza recién roída. El niño, aterrado, asiente y pide permiso para levantarse. Corre a su habitación, cierra la puerta y llora en la ventana o se aferra a la colcha con las uñas hasta que desfallece.

―Cariño, no quieras empujar al río―,le insta la mujer al oír los llantos del niño tras la puerta.

―No soy yo el duro. Es la vida la que será dura con él si no se prepara correctamente. Y si no soy yo el que empuja al río, ¿quién lo hará? No se debe perder el tiempo, no hay que distraerse; sino centrarse en lo que hay que  hacer―, es su única respuesta. No hay más que callar.

El niño crece. El padre también. El hijo se matricula en la facultad de derecho pero nunca ejerce. El padre le recrimina. Las conversaciones de domingo acaban siempre con su sentencia mayor:

―Hijo, no hay libertad sino inflexibilidad. El amor un día termina y solo queda la  verdad. 

Y el hijo se marcha, lejos. Muy lejos. A la otra punta del mundo en busca de sueños más cálidos y quimeras de algodón que le ablanden las cervicales.

El padre del traje gris ya no lleva corbata y la madre ya no se tiñe de rubio platino. Hombre y mujer quedan solos; viejos y solos en una casa tremendamente grande y demasiado ordenada. Silenciosa. Cada vez más silenciosa. Como su corazón.

Descansan las tardes en sus mecedoras mirando por la ventana. El hombre ha perdido visión y no puede releer sus manuscritos o viejos manuales. Agota día tras día.

―Hoy tampoco llamó, ¿verdad?―le pregunta de tanto en tanto a su mujer.

―No. Hoy tampoco llamó.―Sentencia ella sin dejar de completar el crucigrama del periódico del día. ¿Por qué no le llamas tú?―le invita resignada.

El hombre gruñe una malapalabra y se hace el dormido.

Un día de octubre, con cierto temor y más dificultad, escribe una carta. Se ayuda de una gran lupa para poder ver bien cada palabra, no torcer ni una línea y encajar la firma titilante en la esquina inferior derecha. Firma con su nombre y apellidos y una  última sentencia: Me gusta como soy pero sé que me ha faltado mucha serenidad. Te quiero, hijo. 

Aún no la ha echado al buzón y la guarda , celoso, en el bolsillo de su batín.


En la otra punta del mundo, un hombre ya maduro se debate entre la duda de si llamar o no llamar a su padre anciano. Juego del teléfono roto; malabares emocionales en la lava de un volcán. Dos almas heridas que nunca volverán a reencontrarse. 

Porque, tristemente, así debe ser.



jueves, 21 de julio de 2016

A LAS CUATRO EN PUNTO





De pequeña era una niña solitaria, imaginativa. Le gustaba dibujar caballos con estilizadas melenas al viento. Y se imaginaba galopando sobre sus lomos mientras detrás de la puerta de su habitación de mariposa, sus padres no podían contener la ira. No la dejaban bajar a jugar al parque por miedo a enfermedades contagiosas, ni le permitían invitarse a cumpleaños de otras niñas de clase por miedo a desentonar. Y así creció en una nube de realidad y fantasía violeta. 

Se sentía constantemente como la trapecista a punto de soltarse de la barra y saltar al vacío. Dudando de su habilidad y fuerza para agarrarse a la nueva barra que se balanceaba delante de sus narices.

Sobreprotegida por su abuela que le daba más cariño del que tenía y vigilada en exceso por un padre que se sobre-preocupaba por el futuro familiar. Compartía habitación con su hermano, ocho años mayor que ella,  al que apenas veía por casa. Si tuviera una cama grande, grande para mi sola, me pasaría las noches saltando en ella, soñaba a menudo. 

A veces le gustaba jugar con cerillas y apagarlas con las yemas de los dedos. Su hermano un día la pilló.
― ¿Qué estás haciendo?
―Me entreno para soportar el dolor―respondió ella triunfante. Diez años y muchos sueños rotos.

Empezó seis estudios diferentes y no terminó ninguno. Mantenía, eso sí, una extraña sensibilidad por el arte y la escritura en particular. Se soñaba actriz, diseñadora, cantante o flautista. Y mientras tanto se pasaba los meses trabajando de cajera en tiendas de moda, zapaterías o librerías de diseño. Porque era guapa, muy guapa. Sus ojos tenían esa intensidad que suelen tener los ojos de las morenas del sur, aunque nació en una mediana ciudad industrial. Y enamoraba al pasar. Y se enamoraba  a menudo. Demasiado.

 Su impulsividad la llevó a vivir en cuartos de escobas o países extraños. Y todas, todas sus relaciones terminaban en melancólicas e intensas escenas de película italiana. En el fondo se odiaba a sí misma, pero nunca lo llegó a saber. Se castigaba con exigencias de belleza imposibles o se imponía la creencia de pensar que si los méritos no eran suyos, y solo suyos, no valían la pena. Y entonces, ahí, le costaba verse dependiente. Dañina. Para los demás. Pero, por encima de todo, para ella misma.

―No aguanto a la novia de tu amigo. Te mira mucho y eso me hace poner furiosa. Dime qué está pasando. ¡Dime qué está pasando!―explotaba a menudo.

Ellos, sorprendidos, negaban la supuesta evidencia, que no era tal. Y ella insistía. Insistía. Se arrodillaba, les agarraba por los hombros, rompía a llorar o gritaba histriónicamente. Hasta que, agotada, se metía en la cama y se quedaba dormida de tanta lágrima nerviosa. Porque sus lágrimas eran sentidas, tan sentidas como lo pueden ser las lágrimas de la que se siente enamorada. Y culpables, tan culpables como las del niño que es pillado cogiendo monedas del billetero de su madre.

―Cariño, no te pongas así. Yo te quiero―susurraban ellos siempre inútilmente para animarla.
―No es verdad. ¡No es verdad! ¡Soy un desastre!…¡¡Un monstruo!! …cómo puedes estar con alguien como yo…

Y, evidentemente, la profecía cumplida acababa por dramatizar aún más su ya mermada autoestima. Y acababa de nuevo sola o buscándose a algún sustituto temporal. Más lo segundo que lo primero porque odiaba  la cama sin el calor de un nuevo cuerpo al que abrazar.

Creció en un mar de desolación constante. Se casó y se divorció. Se volvió a casar y enviudó rápido. No pudo tener hijos y eso la dejó enjuta. Lánguida. Como una ramita al sol del desierto. Acabó pequeña, diminuta y con la cabeza gacha. A veces rememoraba tiempos pasados, o veía fotos antiguas. Tan solo levantaba las cejas cuando sus sobrinos la iban a ver, dos miércoles al mes a las cuatro en punto.


―Me queréis, ¿verdad? ¿A que me queréis?―les preguntaba sonriente. Y ellos, en el fondo, veían esa tristeza perenne en su mirada. Inmortal.



miércoles, 20 de julio de 2016

NO HAY DOS CON TRES









Al ejecutivo que vive en el quinto piso le gusta peinarse y arreglarse la barba cada día. Recorta un poco las patillas y con las tijeras se da unos pequeños retoques en la barbilla. Sabe perfectamente que ya no se llevan las caras limpias y que el look de barba de tres días hay que saber mantenerlo. Y él sabe hacerlo. Y lo hace muy bien. Se mira en el espejo y se gusta. 

Cada mañana abre el armario del vestidor y veinte trajes le dan los buenos días. Él huele las fibras. Se sabe la compra de un traje como una inversión y no como una imposición. Nunca tiene pretexto para dejar de comprar uno nuevo; nunca sabe cuándo lo va a necesitar: de algodón, pana, terciopelo, outfit, casual, de corte americano, italiano… Conoce perfectamente las nuevas tendencias y sabe que el pantalón debe tener un leve “quiere” o doblez cuando descansa al frente de su zapato y atrás debe terminar justo a la mitad del zapato antes de llegar al tacón. Porque zapatos también tiene más de veinte pares. Están todos alineados, lustrosos, brillantes. Como él. 

El ejecutivo del quinto piso brilla cuando baja las escaleras y me lo cruzo en el portal. Su maletín también brilla como un trozo de antracita negra. Me lo imagino lleno de documentos oficiales, importantes acuerdos económicos y hojas de cálculo interminables.

Desde hace unas semanas creo que vive con alguien. Una mujer voluptuosa, morena y algo altiva. Se mueve por la calle con cierto aire de chulería y haciéndose notar con cada paso que da. Se siente segura de sí misma porque se sabe guapa y atractiva. No hace falta que le lancen piropos por la calle ni que sus vecinos se vuelvan a mirar al verla pasar, aunque lo hagan. Y lo hacen siempre. Ella se mira en el espejo antes de salir de casa, ensaya su mirada más penetrante y seductora y sale a comerse el mundo. 

Supongo que así, un día, se desayunó al ejecutivo de labios finos. Con eso y con un buen escote, claro.

Al principio los oía poco. De tanto en tanto escuchaba el murmullo de alguna teleserie a media noche o los jadeos de pasión a la hora de la siesta. Más adelante, ella empezó a llorar y reclamar más y más. Me imaginaba escenas de celos, sospechas, envidias, pelusas de debajo de sofá. Un día la vi bajando la basura: llevaba el rímel corrido y la camisa semitransparente que ella se pondría para limpiar los cristales. Por supuesto.

Parecía exhausta. En el fondo sentí cierta tristeza de soledad en sus ojos vidriosos. Pero no le dije nada. 

A él lo seguía viendo en las escaleras, tan resplandeciente y lustroso, recto y refinado. Como su maletín negro. Me admiraba su entereza ante tanta disputa y agobio. Porque las riñas cada vez eran mayores: en el desayuno, a media tarde, por las noches. Las noches eran interminables. ¿Cómo lo hará el ejecutivo para bandear tanto ajetreo emocional? ¿Y cómo lo hará para seguir sonriendo de esa forma que en el fondo me parece tan triste?

Hace unos tres días que ya no veo al ejecutivo bajar las escaleras . No está. Me pregunto si estará de viaje de negocios. Así que atrevida de mi curiosidad, cuando la bella baja a por el pan, cual Sofía Loren despechada, me atrevo a acercarme y preguntarle tímida.

―Ha hecho lo que suele hacer siempre. Clavar su mirada gélida en la estantería del fondo, agacharse, recoger su maletín y salir por la puerta mirándose en el espejo del recibidor― confiesa ella más con la necesidad de desahogarse que con el fiel deseo de intimidad.

No me atrevo a preguntarle si volverán pero creo que ella ha adivinado mis pensamientos o ha descifrado mi mirada interrogatoria y sigue:

― ¿Sabes lo peor de todo? 

Niego con la cabeza.

―El maletín iba siempre vacío. ¡Vacío!

La bella se arremanga el quimono de seda, se repeina dos mechones que le han caído en la nariz y ,muy digna, sube las escaleras al quinto piso.