domingo, 26 de junio de 2016

EDADES POLARES

La vieja parece más vieja de lo que es. Tiene la mirada perdida y las manos parecen ramitas de cerezo sin florecer. Va en silla de ruedas y hoy lleva un vestido gris de mangas largas aunque alguien se las ha remangado a la altura de los codos.
La niña es pequeña, muy pequeña. Le acaban de salir dos dientes y tiene el pelo rubio oscuro. Se sostiene los rizos rebeldes con un coletero en forma de flor. Balbucea de tanto en tanto y los carillos se le hinchan cuando muestra alegría o interés por algo. Está amarrada al cinturón de su carrito y no lleva calcetines.

La vieja y la niña comparten velador para desayunar. La vieja acompaña a sus hijas y la niña, a sus padres. Cada familia en una mesa dándose la espalda. Como las puntas lejanas de una larga  madeja de lana. La vieja ya no recuerda como masticar y se entretiene con una cuchara de metal dándole vueltas a su compota de pera. La cuchara ya estaba en su casa cuando su madre se casó. Es de las buenas, de las de  plata.
La niña no come ni bebe. A veces se entretiene con los botones de su vestido blanco o levanta la mirada al escuchar el arrullo de una paloma. Es inquieta y mira a su alrededor como si cada movimiento fuera algo sorprendente; como si cada sonido fuera una melodía por descubrir, como si nada fuera conocido. Y no lo es.

La vieja que no parece tan vieja alarga la cuchara hacia la niña. La niña, que se da cuenta del propósito, alarga su brazo hacia la vieja. No llega. La vieja tampoco. No se dicen nada. La niña porque aún no sabe hablar. La vieja, porque ya olvidó cómo se hacía y tampoco tendría nada que decir a estas alturas. Apenas diez centímetros separan la cuchara de plata de la manita rechoncha de la niña que la mira con deleite. Apenas diez centímetros y más de ochenta años. Una vida las separa. Y las une al mismo tiempo. Unidas por esa cuchara de plata que alimenta a la una y desea alimentar a la otra. La vieja en su silla de ruedas, la niña en su carro. Ochenta años de diferencia y tantas cosas en común.

A los cinco minutos, las manos de cerezo de la vieja ya no pueden sostener la cuchara de plata y la dejan caer al suelo. Los carrillos de la niña se hinchan y saca la lengua al escuchar el estrépito. Se ríe y patalea. Entonces las hijas de la vieja se giran, recogen la cuchara del suelo y, mientras la limpian con una servilleta de papel, le espetan a la cara: “Pórtate bien o nos volvemos a casa. Hoy ya te quedas sin postre”. Y resoplan cansadas.

Los ojos de la vieja parece que no entienden, menea la cabeza de un lado al otro y el pie derecho le empieza a temblar. Su brazo sigue alargándose más y más hacia la niña. Las hijas de la vieja, entonces, se levantan y, mientras una paga en la barra, la otra coge la silla de ruedas y le da la vuelta. Se van. Lo que nadie ve es que justo al pasar por detrás de una de las sillas, los dedos acartonados de la vieja consiguen entretejerse levemente en los rizos de la niña. La niña patalea  y mueve sus manitas. No consigo verlo bien, pero sospecho que la vieja sonríe triunfante.


lunes, 20 de junio de 2016

EL GATO NEGRO




Hay un gato negro en el techo de mi salón. Se pasea y contornea sus caderas con esa actitud que suelen tener los gatos negros que se pasean por los techos de los salones. A veces corre de la lámpara al foco y del foco a la máquina de aire acondicionado. O toca con sus patas el raíl de la cortina. Pero nunca hace el amago de bajarse. Al principio fue una sorpresa: entrar en casa y, de repente, encontrarme con el gato negro en el techo. Boca abajo. Me miraba con cara de mal amigo. Yo no lo conocía y, por la forma en que sus orejas se erizaban hacia abajo, yo tampoco le resultaba familiar. Intenté bajarlo sacudiéndolo con la escoba, enchufándole con el aspirador o asustándole con el abanico de cuero que me traje de mi último viaje a Bali. Nada. El  gato negro ni se inmutaba. Se aposentaba aún más cómodo en el techo y meneaba la cola espantando las moscas del principio del verano. A la quinta semana me resigné a dejarlo ahí arriba.


Hay un gato negro en el techo de mi salón y ya no me lo quiero quitar de encima. Hay noches que lo oigo maullar a la luna o responder a un búho que parece saludarnos antes de irnos a dormir. He intentado darle de comer con seis tenedores unidos uno al otro con cinta de embalar. Parece que no le gustan mis tortillas ni mi lubina al horno. Eso sí, lo vuelven loco los tortellini a la carbonara : abre la boca asomando los colmillos con la cabeza boca abajo y con la pata se agarra el trozo de pasta y se lo traga sin masticar.  

Parece que él se ha acostumbrado a mi manía de bailar locamente mientras limpio el suelo porque a veces lo he pillado riéndose por encima de los bigotes. Y yo, poco a poco, me voy acostumbrando a su pose de falsa modestia, su mirada de envidia malsana y su plácido estar.

viernes, 17 de junio de 2016

TÚ NO SABES NADA









No sabes nada. No sabes que a veces me quedo embobada mirando a la gente pasar e imagino escenas surrealistas de su vida cotidiana. No sabes que hay días en que me despierto a media noche y escribo mis sueños. No tienes ni idea. Ni que algunas mañanas me exprimo tres naranjas del tirón para un vaso y medio de zumo porque el primero me da más sed. No sabes que las cosquillas las tengo en los pies, por detrás de las rodillas y en la punta de la nariz. No conoces el número de lunares que tengo en la espalda. Nada. No sabes nada. Tampoco  tienes ni idea de lo cobarde que me siento a veces; o de lo que me cuesta enfadarme. Ni de lo fácil que es hacerme reír. No sabes lo que me cuesta cuando me presentan a alguien por primera vez ni que me encanta el té con hielo. No sabes que odio las habas ni cómo me emociona ver  un hombre llorar. Tampoco sabes que me encanta bailar mientras limpio. Que me encanta bailar sin excusas. No sabes que mi dedo preferido es el pulgar izquierdo. Ni que me muerdo el labio inferior cuando me siento nerviosa. No. Tú de todo esto no sabes nada.



viernes, 10 de junio de 2016

LA REVOLUCIÓN DE LAS PRINCESAS




Cuando las princesas decidieron unirse ya nada las paró. Cenicienta se compró unas sandalias de cuero, cultivó un huerto orgánico y se pasa los días tejiendo mandalas. Blancanieves se hizo amante de dos de los enanos en un afán práctico de poliamor. Rapunzel, harta ya de tanta trenza, se las cortó y con ellas se hizo un petate con el que recorre medio mundo. Bella se rapó al cero, se puso dos piercings en la nariz y, cansada de tanto vals con can-can, aprendió a bailar break dance. Ha quedado primera en el Campeonato de Harlem Street durante tres ediciones seguidas. Ariel se hizo campeona de natación sincronizada y, en los últimos juegos olímpicos, se fugó con un lanzador de martillo de metro noventa. Finalmente, Pocahontas encabezó una marcha pro indígena y fundó la primera ecoaldea autogestionada y ahora se dedica a dar conferencias de motivación por los cinco continentes. 
Visto esto, los príncipes no tuvieron más remedio que buscar a las madrastras y llorar en sus regazos mientras éstas les daban compota de manzana con cucharillas de plástico.



miércoles, 8 de junio de 2016

CÓMPLICES




─ ¿Cuál es mi mejor perfil?-  preguntó él justo antes de que le tomara la fotografía.
─Cuando estás presente- contestó ella sonriendo.
 Y fue entonces cuando se encontraron.





QUÉ BONITO SERÍA





Qué bonito sería que una noche de junio te abrazara por la espalda cuando cortas calabacines de la cena vegetariana mientras vaciamos copas y más copas de un tinto riojano. Qué bonito sería que una madrugada de febrero, de esas de frío nórdico de plumas, te perdieras en mi espalda y me contaras las pecas con tus labios. Qué bonito sería que una tarde de octubre me quitaras las gafas con cuidado porque me he quedado dormida en el sofá apoyada mi cabeza en tu regazo. Qué bonito sería. Tan solo si tú supieras.

martes, 7 de junio de 2016

LA MÚSICA AMANSA LAS FIERAS.

El tigre de mi espalda se levanta rugiendo. Cada día lo hace de forma sigilosa, pero me deja comer, bailar y dormir. Hoy, sin embargo, el tigre de mi espalda se despereza con las garras afiladas, apuñala mis vertebras, aguijonea mis músculos, bosteza con el maxilar abierto y rasga mis lumbares. Hasta que las convierte en tablas de nogal centenario. Hoy el tigre de mi espalda está rabioso. 



Me iría tan bien que vinieras y ,armónicamente, le susurraras a mi tigre de la espalda. A mí nunca se me dio bien cantar. 

domingo, 5 de junio de 2016

YO TE PIENSO


Yo te pienso cuando, por ejemplo, me lavo los dientes. Y me imagino que estás a mi lado, lavándote los tuyos. Y me imagino, por ejemplo, que nos peleamos de la risa por ver quién ocupa más espacio de vanidad en el diminuto espejo. Yo te pienso cuando, por ejemplo, tumbada en el sofá me quedo frita e imagino que tú me miras desde la silla de la mesa del comedor y, sigiloso, apartas mis piernas, te sientas y vuelves a apoyar mis pies encima de tus piernas. Y entonces me acaricias mientras solo tú ves la tele. Yo te pienso cuando, por ejemplo, conduzco hacia la playa e imagino que tú eres mi copiloto y a cada curva pones tu mano sobre la mía que está cambiando de marcha. Y paramos en un pinar cerca del mar y hacemos el amor a la sombra de un árbol gigante.

Yo te pienso así y de muchas más formas. Pero, claro, tú de todo esto no sabes nada.