jueves, 30 de abril de 2020

MIRADAS DISCOIDALES






Un viejo de camiseta rala observa cómo la vecina del quinto sacude la alfombra en el balcón. La mujer da las últimas tres sacudidas y ve como un perro en la calle olfatea un trozo de pizza de anteayer. El perro levanta el hocico y mira al cartero que cruza la calle y entra en la droguería. El dueño de la droguería asoma la cabeza por entre la puerta y el escaparate y atisba una paloma intentando elevar inútilmente el vuelo. La paloma pasa por encima de la cabeza de un niño que, inocente, cuenta piedras en la acera y le canta algo incomprensible a su madre. La madre, cansada, levanta la mirada para que el sol le encienda las mejillas y contempla a un hombre de barba cana sentado en su balcón. El hombre de barba cana me mira por detrás de los barrotes. 
Y yo, yo suspiro de nuevo pensando en ti.




sábado, 4 de abril de 2020

AUNQUE NO SEA NADA







Al vecino de abajo le gusta la Semana Santa Sevillana. Mucho. Y ha puesto a todo trapo las marchas. El bum bum de los tambores me llega a través de mi ventana mientras veo una película de Iciar Bollaín. Un par de lágrimas se derraman por mi mejilla y ya no sé si por la emoción de ver a la protagonista en su particular viaje del héroe o por la de las cornetas y tambores que ahora rechinan en los cristales de mi balcón. Dice un periódico de por aquí que algunas de estas composiciones tienen hasta 100 años de antigüedad.
 Llevo varios días dándole vueltas a la idea de volver a escribir. De volver a sentarme ante el ordenador y montar una historia; pensar en un personaje sencillo, algo ingenuo, hasta mediocre que, tras un intenso viaje interior, se enfrenta a sus propios demonios y cambia. Cambia. Pero, no. No se me ocurre nada.

De hecho, he estado pensando que quizás mi historia sea lo suficientemente sencilla y mediocre como para escribir la primera línea. Pero, no. No tengo la disciplina. La perdí hace más de un año. Así, de repente, escribí mi último relato y lo colgué en mi blog personal.

Y ahí sigue. Colgado en la red.

Ya ni tan siquiera espera que nadie lo lea.

Me vienen a la cabeza ideas, frases sueltas. Y las escribo o las grabo con el teléfono móvil. Me aferro a la esperanza de que algún día me atreva a darles forma. A ponerlas sobre el papel. Son ideas tontas, ideas pequeñas. Pero, en el fondo, también creo que pueden convertirse en pequeñas grandes historias del cotidiano. Porque estas son las historias que me gustan. Las pequeñas historias de la vida diaria. Los personajes tímidos, vulgares, comunes. Anodinas historias que nos podríamos encontrar en el hueco de la escalera de nuestro bloque o detrás de una farola. Historias grises, regulares, que podríamos vivir hasta nosotros mismos.

En este pensar y ensoñar, aparecen frases como “Soy los fantasmas de mi pasado y las muertes de mi futuro” o “Soy todas las personas que he conocido y las que nunca llegaron a conocerme de verdad”. Y me doy cuenta que, precisamente, estas frases no son muy sencillas. Al contrario, parecen sentencias magnánimas, profundas. Algo arrogantes, la verdad. Y, una parte de mi se estremece ante la hipocresía del ansia de sentirme pequeña, vulnerable y mediocre. Y no poder. O darme cuenta que, al  tiempo de pensar en frases grandilocuentes y no desarrollarlas, en el fondo cumplo con la expectativa de mi pequeñez.

Estoy en la multitarea: escucho al presidente en su rueda de prensa semanal mientras me acuerdo de mi necesidad de volver a crear. De sentarme y escribir, y parir un nuevo relato. De escupir una nueva historia. Y así, a mi deseo de sentirme creadora se le une la sensación, la profunda certeza, de que en el fondo yo soy también una de esas personas mediocres a las que quiero homenajear. Parece que el vecino ha leído mi mente y ha bajado un poco el volumen de su última marcha de palio; ha bajado el volumen pero ha incrementado la intensidad de su corazón. Y ya me llega desde la ventana un susurro de trompeta y un suspiro de clarinete. Como si estos instrumentos de viento me quisieran inspirar. Inspirar desde su concepción de respiración hacia dentro. Como si la inspiración de mi respiración formara parte intrínseca de la inspiración que empuja desde dentro para escribir. Algo. 

Aunque no sea nada.