Hay un monstruo en mi ropero. No lo he visto nunca. Sé que está ahí. Siempre ha estado ahí. Me da miedo cuando me lo imagino por la noche pensando en mí. Me da miedo cuando me lo imagino rechinando las muelas y relamiéndose los labios. No se lo he contado nunca a nadie: ni a mis amigos, ni a mis padres, ni si quiera a mi hermana. Ay, mi hermana, si lo supiera se reiría de mi. Se le rompería la mandíbula y se le desencajaría la barriga de tanto reír. No, no puedo contarlo. No , no puedo decirle a nadie que hay un monstruo en mi ropero.
A veces me llama. Oigo tres toques en la puerta. Sé que es
él; me reclama. No sé qué quiere. No sé qué ha venido a hacer. Tengo miedo de
que salga y me devore. Tengo miedo de que salga y me mire a los ojos. Ya no
duermo por las noches. El monstruo no me deja. Lo oigo cantar. Canta muy mal.
Su voz es como papel de lija. Me chirrían los oídos y no puedo dormir. Creo que
quiere algo de mi. Lo tengo que esconder. Nadie debe saber que tengo un
monstruo en mi ropero.
He dejado de ir a trabajar. He dejado de salir a pasear.
Debo esconderlo. Con todas mis fuerzas. Me imagino que tiene poderes, que me
mira y me hipnotiza. Y entonces ya estoy atrapado. El monstruo de mi ropero me
retiene. No puedo salir. No puedo comer. No puedo dormir.
Hace unos días mi hermana entró y me preguntó. No pasa nada,
le dije. Ella hizo un silencio, levantó una ceja y me dijo que todos tenemos
secretos. Ella también. ¿Ella también? ¿Sabrá lo de mi monstruo? Seguro que no
dice nada para no herir mis sentimientos. Ella sospecha que tengo algo en mi
ropero. Seguro. A veces me pregunto si
ella también tendrá un monstruo en el suyo. Me imagino que todos tenemos
monstruos en nuestros roperos: mis padres, mis amigos, mi jefe de estudios, la
cajera, el médico… Todos tienen monstruos en sus roperos pero nadie dice nada.
No seré yo el primero.
Hoy tampoco me he vestido. Ya no salgo de mi habitación. Debo
vigilar al monstruo del ropero. ¿Y si un día sale? ¿Y si me descubre
desprotegido? ¿Y si se adueña de mi espacio, de mi vida? Debo quedarme y
vigilar. Sueño despierto en que un día todos los monstruos de los roperos
saldrán en un desfile por las calles de la ciudad. ¿Qué harán entonces las gentes,
descubiertas por fin, desnudas ante la evidencia de que en sus roperos también había
monstruos?
Esta tarde , muy cansado, he tomado una decisión. No puedo
seguir así. Debo coger fuerzas y enfrentarme al monstruo del ropero. Me ha
parecido que la puerta se entreabría levemente y un miedo pequeño pero intenso
me estrujaba las entrañas. He cogido el trofeo de atletismo. Pesa mucho. Con la
otra mano he tocado el tirador. Estaba frío. No oía nada desde dentro del
ropero. ¿Seguirá mi monstruo dentro? No me puedo fiar. He cogido valor. Por fin
me desharé del monstruo del ropero. Y nadie lo sabrá nunca.
Tiro con suavidad y abro lentamente la puerta. El ropero
está oscuro dentro. El trofeo me pesa en la otra mano pero estoy preparado para
atacar. Susurro algo. Nada. Pruebo con silbar. Tres veces. El monstruo me
devuelve otro silbido. Entonces veo dos puntitos rojos. Parece que me miran. Y
siento miedo. Mucho miedo. Pánico. El trofeo se me cae y mil cristales rotos
inundan el suelo bajo mis pies.
El monstruo sale del ropero. Abre la boca. Parece que va a
decir algo. No puedo escuchar. Siento miedo en la nuca, siento miedo en las
cejas. Miedo en mis rodillas y miedo en mi espalda. Corro y me meto en el
ropero.
Hay un monstruo en mi habitación. No puedo salir. Seguro que
sigue ahí.
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