Una noche escuché, a lo lejos, detrás de los árboles: “siéntate
delante de alguien y mírale a los ojos”. Y me levanté y mis pies empezaron a
andar. Lancé varias flechas que hicieron el camino. El bosque era frondoso,
húmedo. Vivo tras los helechos. En el cruce de caminos una señal sin palabras indicaba
dos direcciones. Una serpiente cruzó mis pasos en varias ocasiones, dos gatos
negros y varias ardillas. En un momento recordé que me quedaban pocas flechas y
las lancé con criterio. Sin prisas. Al fin, en la puerta de una cueva, un delfín
parecía que me esperaba. Sonrió. Entonces, y solo entonces, fue cuando me senté
y lo miré. Y entendí.
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