Al hombre que le faltan dos
dedos le gusta pasear por la Alameda que hay junto al río. Se respira un
aire casi feliz en las noches de otoño. Allí, se asegura que nadie mira, se quita los guantes y señala al cielo con sus ocho dedos al
aire. Deja volar su imaginación y grita al viento que le deje seguir
viviendo estos días de niebla.
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