I
Eres la que eres porque así lo escogiste. Por amor
enloqueciste y, con amor, sanarás. Eres la que eres, así, lenta, sencilla. Entusiasta.
Eres como te hiciste por el amor que anhelabas. Desapareciste por un tiempo,
transparente como un tul que se pierde en las cortinas. Eres como eres y ahora
lo sabes. Ahora lo ves. O al menos, empiezas a verlo. Empiezas a verte tal
cual.
II
Vivir tantos años con los ojos ciegos te puso en el mundo. Te
puso en el mundo sin fuego. Su fuego fue tu fuego. Su deseo fue tu deseo. Sus
sueños, los tuyos. Atravesar tu vida como una observadora externa, como la
espectadora de una película, en la sala oscura. Tu vida proyectada en una pared,
verte de secundaria, verte desde fuera. Emocionarte a veces, llorar, reír,
quedarte sentada en la butaca para disfrutar de los créditos finales. Pero
observadora al fin y al cabo. Porque así fue, te entrenaste para observar. Te
entrenaste para mirar desde fuera, con miedo a involucrarte en tu propia
existencia. Dejándote llevar por el guión que otros escribían por ti sin
cuestionarte si realmente querías o no querías protagonizar cada escena, cada
secuencia.
Hasta que el fondo en negro aparecía. Y en ese momento, tu
fondo se volvía de nuevo a negro. Y tú te quedabas vacía, enteramente vacía. Un
fondo negro. Y esa fue tu elección, te mantuviste segura, te mantuviste
reconfortada en la comodidad de la observación externa. Miedo a saltar, miedo a
traspasar. Miedo a vivir y vivirte. A vivirte. En la espalda, un paracaídas seguro.
Has sabido siempre donde y cuando abrirlo. El momento exacto para dar el
siguiente paso. Construir el suelo seguro sobre el que dar el siguiente paso.
Siempre, ese siguiente paso, tan seguro. Cimientos bien construidos antes de
caminar.
III
Eres la que eres porque así te hiciste. Escogiste desaparecer,
ser niña muerta en vida por amor. Por amor te convertiste en balsa cristalina a
la deriva. Sin rumbo más que las olas del mar, sin timón más que los vientos
que soplaban. Y dejándote llevar, desatendiste a tu timonel. Y dejándote
llevar, te olvidaste de ti. Ensordeciste, no te quisiste enterar. Y no como
dice la canción, sino que no quisiste enterarte para nada. Porque escuchar, ver,
significaba doler. Conectar con el verdadero y profundo dolor de tu existencia.
Niña sola que tuvo que aprender a no molestar. Niña muerta, sola, que tuvo que
aprender a ceder su impulso de vivir por el amor y la protección del mundo.
Niña sola, que tuvo que pagar con su llamita interna por el amor a recibir. Un
alto precio que pagaste por Amor.
IV
Y al mismo tiempo, como una vocecilla sorda que de tanto en
tanto se hacía escuchar, sentiste que vivía sin vivir en ti. Y un día te
paraste a escuchar esa vocecilla sorda. Paraste a escuchar qué te decía, qué
palabras tenía para susurrarte. Y esa vocecilla interna cogió fuerza; como el
que respira con consciencia antes de expirar: inspiraba cada vez más fuerte y
exhalaba profundos gritos de vida. Llama, fuego, vida que dentro, muy dentro
anhelaba vibrar.
V
Y al mismo tiempo, una sensación de miedo oscuro se esforzaba
por tapar a la vocecilla sorda. ¡Qué pelea! ¡Qué lucha! El fuego y el miedo; la
llama y el temor. El temor por la incertidumbre. El caminar sin paracaídas, el
construir sin cimientos tan profundamente edificados. El anhelo y el miedo.
VI
Dos superhéroes en guerra. El Amor y el Miedo. Y el miedo ha
estado ganando muchas partidas, durante mucho tiempo. Amor chiquito, diminuto,
que se ha dejado ganar.
VII
¡Ay!, pero el amor chiquito nunca murió. La pequeña llamita
se alimentó lentamente, poco apoco, con ramitas verdes, ramitas viejas, ramitas
y hojas que eran alimento del alma. Y poco a poco, lentamente, cogió fuerza,
una llama más fuerte, una llama más viva empezó a alimentar tu corazón. No de
forma constante, no fue un alimentar constante. Las ramitas verdes, viejas, a
veces fueron escasas. Y, otras, abundantes como un gran tesoro.
VIII
Y un día llegó. Así, de repente. Como un golpe de mazo en tu
cabeza, en tus intestinos, tu alma. Comprendiste que el Amor y el Miedo son las
dos caras de una misma moneda. No existe el uno sin el otro. Conforman un todo
inseparable. Como la luz que es gracias a la oscuridad. O el mar que es gracias
al cielo azul. Ambas fuerzas, motores de vida que pujan por su grandeza y no
son nada la una sin la otra. Miedo que devora Amor, Amor que se hace grande
gracias al miedo. Eres la que eres: eres Amor y eres miedo. Eres grandeza y eres
pequeñez. Eres fuerte y vulnerable. Eres pensamiento y emoción. Eres vendaval y
caballito de mar.
IX
Y ahora, aquí, comprendes que navegas gracias al motor de tu
Amor y tu Miedo. El Miedo que ya no te paraliza y el Amor que empiezas a creer.
Eres la que eres porque así te has hecho. Y también eres la que serás porque
así te construirás.
Simplemente lindo como esta mañana de sol cabalgada entre el rocío.
ResponderEliminarGracias.
Muchas gracias por tus bonitas palabras. Me alegra ver que las palabras no son solo mias...son universales.
Eliminar