No. No me quiero perder en ti. No quiero que los días pasen,
a veces volando. No quiero perderme en las perfectas fantasías
que mi mente elabora y cocina a cada momento. No quiero perderme las risas, ni
los llantos. Ni esa sensación de profunda gratitud hacia las flores. Y su
aroma.
No quiero perderme los ríos, ni los puentes, ni los arroyos que fluyen y
fluyen sin parar. No quiero que las gotas de lluvia sigan resbalándome. Ni que los
charcos de barro se aparten del camino. No quiero que tus pies se detengan si
estás. Si estás.
No quiero dejar de escribir. No quiero dejar de bailar. No quiero dejar de soñar. Ni tampoco
engancharme al sueño eterno. No. No quiero que la espada gobierne tu letargo.
Ni mi letargo. No quiero que el dolor me deje sin aliento. Ni que el miedo me
encadene al óxido.
No quiero que me acompañes si sabes. O no sabes. Solo siéntelo. Y déjate en paz.
No quiero que lo sagrado me abandone. Ni olvidarlo de tanto
dormir.
Vamos.
Que lo digo alto y claro.
Estoy para empezar a vivir. De nuevo.
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