Una mañana, mamá me dio un beso rápido en la mejilla y me
metió el batido de chocolate en la bolsita de tela.
―Te vendrá a buscar Julieta, que hoy tengo mucho trabajo,
cariño. Cuando llegue a casa te contaré un cuento; el que tú quieras ―se
despidió mi madre en la puerta de la escuela.
La señorita nos dio
una ficha del número tres para colorear y luego hicimos barquitos con pasta de
modelar. Susana hizo una barcaza, era enorme. Susana siempre era la mejor
moldeando y la señorita siempre le decía lo bien que lo hacía. Susana y yo
somos amigos desde la guardería. Nuestras madres se hicieron amigas en el
parque y siempre celebramos los cumpleaños juntos. Ella sopla mis velas y yo
soplo las suyas. Me gusta mucho el pelo de Susana. Es de color naranja y su
madre siempre le peina una coleta muy alta. Me gusta jugar con Susana: ella
siempre quiere hacer de profe y yo la dejo. El otro día vino con un peluche
nuevo: era amarillo y tenía una flor en el cuello. Cuando llegó a clase se lo
enseñó a todos: a María, a Marco, a Pepe…Me dejó cogerlo y lanzarlo al aire.
El timbre sonó, Susana me cogió de la mano y los dos
corrimos hacia el patio. Ese día olía a yogur de fresa. Cerré los ojos y me
dejé llevar.
―Mira ― y abrió la mano delante de mis ojos. Era la canica
más grande y más azul que había visto nunca. Mi madre no me compraba nunca
canicas y las que tenía las había ganado en las horas del recreo del último
curso. Alargué mis dedos para tocarla pero Susana cerró la mano de repente. Le
miré a los ojos y le supliqué con la mirada que me la dejara tocar. A veces
Susana podía ser muy misteriosa. Y eso me encantaba.
―Cuidado, que se puede perder. Marco nos está mirando y no quiero
que la vea ―susurró mientras se escondía
esa bolita de cristal en el bolsillo del baby.
Entonces me dio un beso en la mejilla y dijo “vamos a la fuente”. Me quedé quieto y las
orejas se me pusieron rojas rojas. Creo que la cara también se me puso
colorada, como cuando el año pasado tuve paperas y mi madre me ató una bufanda
en la cara. Susana nunca me había dado un beso en la mejilla. Llevaba tres
semanas soñando que yo le daba un beso a ella. Esos días había vuelto a mojar
la cama. A mamá no le gusta que a mi edad me siga haciendo pis en la cama. Me
acordé y me toqué los pantalones.
Cuando llegamos a la fuente, nos mojamos las manos, la cara
y nos hinchamos las mejillas con agua para explotarlas, luego, con las palmas
de la mano. Hacía tres días que nos gustaba jugar a hacer fuentes con la boca
para ver quien llegaba más lejos. Ella siempre me ganaba. Sus mofletes se
llenaban totalmente de agua y parecía que se le iban a salir los ojos. Me
gustaba ver que las pecas se hacían un poco más grandes y eso me hacía reír.
Escupió el agua, se secó los labios con la manga y se fue
gritando como una sirena. Corría alrededor de Marshila tocándole la barriga y
tirándole de las trenzas. Pobre Marshila. Hacía poco que había llegado al
colegio, aún no entendía cuando la señorita le preguntaba y nadie quería jugar
con ella. Mi madre me decía que me acercara yo, que le preguntara de donde
venía. Pero me daba mucha vergüenza.” ¿Y si me decía que no con la cabeza?”
Yo quería seguir con el juego de la fuente y bajé la cabeza.
“¿Por qué no quiere seguir jugando conmigo?” Me metí las manos en los bolsillos
y saqué una tiza de color rojo. Me senté el suelo y empecé a dibujar sobre las
baldosas grises. Quería hacerle un regalo especial a Susana. Dibujaría un
corazón rojo y pondría nuestras letras dentro. S y M. “Seguro que le gusta y me
da otro beso.” La profe dice que dibujo muy bien.
Apreté con fuerza y la tiza se rompió en tres pedazos. Marco
me estaba mirando y empezó a reírse. Me señalaba y se reía. “Odio a Marco.
Siempre se está riendo de todo el mundo”. Apreté uno de los trocitos con la
yema del dedo y ésta se deshizo hasta convertirse en un polvito, como de azúcar.
“Seguro que Marco se ríe de mi medio corazón en el suelo. No quiero que lo
vea”. Sin levantar la cabeza y todavía de rodillas, empecé a llorar. Mis
lágrimas se mezclaban con el polvo rojo en el suelo. Susana se había olvidado
de Marshila y estaba en el columpio de cocodrilo. Es nuestro favorito. La miré
balanceándose; adelante, atrás, adelante, atrás.
Restregué la pinturita con la mano y el dibujo se quedó
borroso. Me levanté. Corrí escondiéndome la cara con las manos y me escondí
debajo del tobogán.
Cuando el timbre volvió a sonar yo seguía escondido. Me cogí
las rodillas con las manos y escondí la cara en medio. Por la rendija del suelo
vi muchos pies que corrían camino de la clase. También vi a Lorenzo, que se
tropezó y cayó sobre la gravilla. Lorenzo siempre se está cayendo y su madre le
ha puesto unos zapatos muy grandes y feos.
No quería volver a clase para que Marco se riera de mi otra
vez. Seguro que se lo había contado a Susana y le había enseñado mi medio
corazón borroso. En el último timbrazo vi una mano que se asomaba por debajo
del tobogán. No podía ser la mano de la señorita porque tenía las uñas un poco
largas y de color rosa. Bajé la cabeza y la saqué un poco. El sol me picó en
los ojos y me tapé con la mano. La mano seguí ahí y me indicaba que saliera.
Poco a poco, me arrastré y conseguí salir de debajo del tobogán. Y ahí estaba
Marshila. Estaba muy quieta, de pie y las trenzas negras le caían por encima de
los hombros. Me alargó la mano y me ayudó a salir. Me sonrió y yo le dije gracias
muy bajito. Entonces sentí que las mejillas me ardían y bajé los ojos al suelo.
Empecé a restregar la punta de mis zapatillas haciendo pequeños círculos en la
arena. “¿Qué le podía decir a Marshilla si no me entendía?
Ella me miró con unos ojos muy grandes y metió su mano en el
bolsillo de su chaqueta. Todavía no tenía un baby y siempre traía una
chaquetita de lana. Sacó la mano y la abrió. En la palma de su mano había una
tiza de color amarillo. Parecía nueva porque era muy grande. Y estaba muy lisa.
Alargó el brazo y me la puso delante de la nariz. Me dio cosquillas y me empecé
a reír. Marshila también empezó a reír. Cogí la tiza y me la guardé en el
bolsillo del pantalón. La escondí muy al fondo para que ni Susana ni Marco la
vieran al entrar a clase. Entonces Marshila me cogió de la mano y corrimos
hacia la clase. Ya era tarde.
Al entrar en la clase, estaban todos ya sentados en las
sillas y la señorita estaba a punto de explicar un cuento. Me acordé del cuento que mamá
me explicaría por la noche. Yo también le contaría que hoy he hecho algo
nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario