A su derecha, encima de una mesita de noche, había un
despertador. Marcaba las 12:45. También había una caja de preservativos de látex.
Había cuatro envoltorios abiertos, rasgados con poco cuidado. Se espantó.
Varias imágenes difusas aparecieron delante de su nariz, como una exposición en
movimiento envuelta en una burbuja de humo. Copas de tequila, fogonazos de luz
roja y una música estridente. También recordó vagamente unas manos que le
quitaban la blusa y unos dedos sudorosos que le acariciaban los cabellos. Empezó
a encajar algunas piezas y se giró a su izquierda.
Efectivamente, un chico gordo estaba durmiendo plácidamente
sobre su brazo izquierdo. De su nariz salían unos pitidos enlatados, ahora más estridentes,
ahora más metálicos. La papada le subía y bajaba a cada nuevo ronquido y unos
dedos gordos como calabacines se movían de vez en cuando. Estaba desnudo
también. Al menos de cintura para arriba ya que se había deshecho de la sábana
en su sueño profundo. Parecía una cría de hipopótamo descansando tras un largo
viaje en busca de agua.
La chica de la falda de cuero se sentía atrapada. Literalmente
por el peso del gordo de torso desnudo y figuradamente por una situación
incómoda a la que no recordaba haber llegado por su propio pie. Entonces buscó
con la mirada su bolso tirado en el suelo. Sacó la pierna de debajo
de las mantas y alargó el pie hasta tocar con la punta del dedo gordo el asa de
polipiel. Se estiró y consiguió enlazarlo en su tobillo. Con un movimiento de
bailarina lo elevó y acabó cayendo sobre su pecho. Sonó algo pesado y recordó
el bote de colonia que siempre llevaba consigo. Con la mano que no tenía
atrapada empezó a buscar algo que la liberara. Sacó la pequeña botellita de
perfume, tres horquillas, unas llaves y un pequeño monedero. Por un instante
deseó haber visto toda la seria completa de Mac Gyver y recordar algún truco
infalible en este tipo de situaciones. Pero no pudo; sus padres siempre la
mandaban a dormir en cuanto empezaba el capítulo semanal.
Empezó a impacientarse y a hiperventilar. No podía seguir
secuestrada bajo esa tonelada de grasa sudorosa ni un segundo más. No quería
seguir en esa cama deshecha y deseaba olvidar aquella noche que apenas
recordaba. Era algo visceral que le subía del estómago hasta la garganta. La
respiración entrecortada le hizo sudar y, sin pensarlo, cogió con fuerza el
bote de perfume. Por suerte, andaba todavía medio lleno y pesaba como dos
paquetes de arroz integral. Alzó la mano y lo dejó caer en la cara de su
compañero. Dos, tres, cuatro golpes bastaron para dejarlo inconsciente. Con el
otro brazo y las piernas empujó su cuerpo pesado y al final consiguió apartarlo
levemente. Inconsciente, el gordo era algo más que un peso muerto. Cuando,
finalmente, consiguió arrastrar su brazo por debajo de las axilas blanquitas
del gordo, salió de la cama. Tropezó con una botella de whisky y casi se tuerce
el tobillo. Trastabilló con su otro zapato, recogió la falda, la blusa, las
braguitas y se colgó el bolso del cuello. La idea de salir de esa casa era su
único objetivo y, con las prisas, se olvidó de las braguitas que estaban
tiradas en el pasillo a la cocina. Se fue medio vistiendo en el ascensor y
llegó, por fin a la calle.
Llovía. El agua le mojó los cabellos y le acabo de descorrer
el poco maquillaje que le quedaba. Empezó a caminar deprisa, los zapatos
colgaban de sus dedos y sintió como el frío de los charcos le subía por las
pantorrillas, como cuando, cada mañana, acababa su ducha con un chorro de agua
fría. Pero hoy la ducha era más triste.
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