Qué bonito sería que una noche de junio te abrazara por la
espalda cuando cortas calabacines de la cena vegetariana mientras vaciamos
copas y más copas de un tinto riojano. Qué bonito sería que una madrugada de
febrero, de esas de frío nórdico de plumas, te perdieras en mi espalda y me
contaras las pecas con tus labios. Qué bonito sería que una tarde de octubre me
quitaras las gafas con cuidado porque me he quedado dormida en el sofá apoyada
mi cabeza en tu regazo. Qué bonito sería. Tan solo si tú supieras.
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