Cuando las princesas decidieron unirse ya nada las paró.
Cenicienta se compró unas sandalias de cuero, cultivó un huerto orgánico y se pasa
los días tejiendo mandalas. Blancanieves se hizo amante de dos de los enanos en
un afán práctico de poliamor. Rapunzel, harta ya de tanta trenza, se las cortó
y con ellas se hizo un petate con el que recorre medio mundo. Bella se rapó al
cero, se puso dos piercings en la nariz y, cansada de tanto vals con can-can, aprendió
a bailar break dance. Ha quedado primera en el Campeonato de Harlem Street
durante tres ediciones seguidas. Ariel se hizo campeona de natación
sincronizada y, en los últimos juegos olímpicos, se fugó con un lanzador de
martillo de metro noventa. Finalmente, Pocahontas encabezó una marcha pro indígena
y fundó la primera ecoaldea autogestionada y ahora se dedica a dar conferencias
de motivación por los cinco continentes.
Visto esto, los príncipes no tuvieron
más remedio que buscar a las madrastras y llorar en sus regazos mientras éstas
les daban compota de manzana con cucharillas de plástico.
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