lunes, 22 de julio de 2013

180 GRADOS



El chiste de mi vida, el que me dio la fama, era más corto que un cacareo. Luego, a lo largo de toda mi carrera, he seguido buscando afanosamente perfeccionar mi técnica. Llegado un momento sabía perfectamente qué debía hacer con tan solo echar un rápido vistazo a las caras de la primera fila. La luz de sus miradas y las bocas semi abiertas me daban pistas más que fiables de por dónde iría la noche. Y por supuesto, sabía que todo había ido bien cuando, al terminar, el plas plas de los aplausos me llenaba los ojos de lágrimas y sentía el latir de mi corazón en los oídos. He recibido miles de premios, me han entrevistado en todas las emisoras y he viajado lejos.

En algunas ocasiones he cogido un avión a las seis de la mañana, he cruzado el océano diez horas más tarde, me han recogido en el aeropuerto en taxi y he llegado al escenario aun con la maleta. He salido, he contado mi chiste estrella (ese de menos de treinta segundos), me han aplaudido y lanzado flores, he vuelto al aeropuerto y, diez horas más tarde, dormía placenteramente en mi cama de nuevo.

―¿Qué tal ha ido?―me preguntaba siempre mi mujer.

―Es como viajar al futuro, lanzar una bola de nieve y esperar un día para que te dé en la cara―le respondía― Un placer retardado.

Ella se sonreía y me acariciaba la mejilla. Mi agente dice que debo ir más lejos, que el público quiere más, quiere ver tu máximo potencial, dice. Como cuando en el circo esperas del malabarista que añada la décima maza mientras se balancea sobre  una torre de cilindros y sillas desplegadas.

Llevo muchos años desgranando el humor a su mínima expresión. Mi última conquista fue el no chiste: salir al escenario, quedarme quieto ante el público, levantar los hombros, darme la vuelta y marchar. Tuvo mucho éxito. Escribieron magníficas críticas y recibí tres premios nacionales. Pero mi mujer cada vez me ve más cansado.

―Se te están ennegreciendo los ojos y apagando el carácter― me dice.

Tiene razón. Exprimir el humor  hasta su mínima expresión es como exprimir una naranja y no saber cuándo debes parar: la piel se hará tan fina que acabarás por exprimirte los dedos.

Así que, antes de retirarme, he decidido dar un vuelco a mi carrera. A mi edad y con mi fama no es fácil empezar desde cero pero mi mujer me apoya incondicionalmente: acabo de terminar mi primer monólogo.

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