El sol se pone como de costumbre tras las colinas doradas. La
sombra de los cipreses se posa sobre el cementerio que hay junto a la iglesia.
Una cigüeña despereza sus alas preparándose para acostarse en su viejo nido.
Las campanas dan las ocho y los feligreses salen por la puerta principal. Una
vieja enlutada se dirige hacia la tienda de comestibles, mientras las abombadas
barrigas de varios terratenientes de la zona se agitan a causa de una risa
exagerada. El humo de sus puros se pierde entre la apatía general. La puerta de
la sacristía se cierra con un golpe seco y un niño en pantalón corto se
arrodilla ante la sotana del cura del pueblo. Este le mira desde arriba, se
santigua y le coge la cabecita. Entonces, suspira y se agita de placer.
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