martes, 26 de julio de 2016

NOCHE DE LETRAS VAGAS




Aquella fría noche de otoño el joven escritor decidió seguir bebiendo. 

Su cara se reflejó borrosamente en el espejo roto del único bar que se atrevía a incumplir la normativa ciudadana. Tras la quinta copa, una extraña sensación empezó a subirle por los tobillos; algo de aquel ambiente empezaba a resultarle extrañamente familiar.

Se fijó en el camarero y vio a un viejo barbudo al que le faltaba un diente. Detrás de la columna asomaba la cara de una mujer que en otra época llegó a ser una gran actriz. Sentada en el taburete a su izquierda se percató que la morena que comía pipas de forma obsesiva empezaba a desabrocharse la camisa semitransparente. En el sofá de terciopelo azul que reinaba la esquina del bar dormía un trajeado ejecutivo con gafas plateadas y un maletín negro que sonreía sin parar. Y colgado de la lámpara del techo, un gato negro se relamía los bigotes de su última cena.


El joven escritor apuró su  copa, miró al techo y suspiró a la nada deseando regresar a su cama y deshacerse de su vieja Olivetti. 

Ya no volvería a escribir jamás: los personajes de sus cuentos le acechaban allá por donde iba.


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