domingo, 9 de junio de 2013

CITA A CIEGAS


Las dos mujeres de pelo crepado toman café y charlan animadas en una tarde de primavera. Ambas llevan las uñas de un rojo encendido y dos grandes bolsos de piel cuelgan del respaldo de las sillas de la cafetería. Muchas de las mesas están ocupadas por parejas de su misma mediana edad y algún estudiante solitario con su ordenador portátil e infinidad de papeles y bolígrafos de colores. El sol se cuela por la cristalera del local. Una flor de tela preside la mesa.

―Marsha, este vestido te queda muy bien.

―Lo sé. Lo tengo desde hace más de tres años y no me lo había puesto aún ―contesta Marsha con una gran sonrisa.

―A ver, déjame ver los zapatos –le pide su amiga Patty bajando la cabeza por debajo del mantel―. Son fantásticos. Se va a quedar de piedra cuando te vea.

―Gracias―. Levanta los hombros y se sonroja.

―Venga, cuéntamelo todo: cómo es, donde vive, en qué trabaja… ―,insiste Patty moviendo las manos rápidamente. Adelanta el torso y baja un tono la voz―cómo la tiene ―, y de sus labios sale una risita incómoda.

―Quita. Si todavía no nos hemos visto. Solo nos hemos intercambiado un par de mensajes.―responde entornando los ojos hacia arriba

―¿Y cuándo es el gran día? ―, pregunta ansiosa Patty.

―Esta tarde. Hemos quedado para ir al museo. Dice que luego me invita a cenar.―,responde Marsha en voz baja y algo tímida.―La verdad es que ando muy nerviosa todo el día: me he cambiado tres veces de medias, me he comprado un conjunto nuevo de ropa interior y he ido a que me hicieran una limpieza de cutis…

―Ya, ya…―la interrumpe la otra ―pero lo más importante: ¿él ya sabe que… ―se para para buscar la mejor palabra ―sería el primero? ―y planta sus grandes ojos esperando una respuesta morbosa.

―No. Todavía no le he dicho nada.―responde Marsha afectada. Se moja los labios con la punta de la lengua y arruga la nariz.―Si la cosa va a más ya le contaré.

―Venga, mujer.―La anima tocándole la mano― A cierta edad, estas cosas ya no tienen importancia. Además con el tiempo que llevas sola, una alegría no te la te puedes negar. ―Se gira buscando al camarero y levanta la mano para pedir otra ronda de cafés.

Ella apoya el puño en su barbilla y empieza a tamborilear el platito con la otra. Esta nunca cambiará, se dice a sí misma con cierta condescendencia.

El camarero les trae dos cafés humeantes con dos galletitas de caramelo y un sobre de sacarina y los deja en la mesa. Recoge las tazas vacías anteriores y les pregunta si desean alguna tarta o algún crep. Ambas mueven la cabeza en un no rotundo y esperan que el chico se aleje.

De repente una musiquilla tanguera empieza a salir de uno de los bolsos de piel.

―Creo que es el tuyo. Seguro que es él.―sonríe Patty. Y le guiña un ojo.

Marsha abre la cremallera y busca con la mano. Saca el monedero y lo deja en la mesa. Saca las llaves, un pequeño neceser, la funda de las gafas de sol, una lima de uñas y varias monedas. Cuando encuentra el teléfono, este ya ha dejado de sonar.

―Si me disculpas ―dice mientras retira la silla y empieza a levantarse― voy a contestar fuera.

Patty se la queda mirando, sonríe y le indica con la mano que salga, que no se preocupe.

Marsha sale del café mientras va remarcando la última llamada recibida. Se coloca el auricular en la oreja y se apoya en un coche aparcado en la entrada.

―Sí, hola. Soy yo. No me he podido coger tu llamada a tiempo―sonríe Marsha nerviosa ―. Yo también te he echado de menos, preciosa. No, aún no le he dicho nada. Creo que me esperaré un tiempo. Ya sabes que a cierta edad hay cosas que cuesta más de entender.―Se peina la media melena y se retoca la falda de pana―. Sí, guapa. Yo también estoy deseando verte.

Marsha cuelga y antes de entrar de nuevo en el bar, mira al cielo, levanta los hombros, y resopla cogiendo fuerzas mientras se dice a sí misma que hará lo que fuera para que en el pueblo la recordaran siempre como la vieja solterona de la casa amarilla.

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