domingo, 9 de junio de 2013

OJO QUE NO VE



En un banco de un parque urbano, se sienta una madre vestida de azul. El hijo llega corriendo y sudando hacia el banco escupiendo algo que la madre apenas entiende.

―Mamá, mamá…

―¿Qué ocurre, hijo?

―El barrendero me acaba de dar algo.

―¿De qué se trata, mi niño?

―De un ojo.

El hijo extrae de su bolsillo una bolita blanca y brillante, como de cristal.

―¿Y de quién es el ojo?

―Se lo encontró ―contesta levantando los hombros.

La madre se sonríe nerviosa y rebusca en su bolso marrón. Saca una cajita de plástico transparente, la vacía de pastillas y píldoras de colores y se la entrega al niño.

―Ten, mételo en esta caja y llévalo siempre contigo, cerca del corazón.

La madre coge el ojo de la manita de su hijo y lo coloca dentro de la pequeña caja de plástico. Después, le abre el abrigo de pana y se lo guarda en el bolsillo interior. Le pasa la mano por el pelo y lo revolotea mientras su mirada empieza a entristecer.

Mamá, le hubiera ido bien a papá, ¿verdad? ―pregunta el chiquillo con los ojos acristalados

―Sí, cariño. Ya le hubiera gustado a él andar con un ojo de repuesto como el tuyo.

La mujer suspira y se pasa una mano por el pelo arreglándose el moño.

El hijo la mira silencioso. Unos segundos más tarde la madre responde, como para sí misma, casi en un susurro interior.

Sólo deseo que algún día, el barrendero te entregue mi corazón; arrugadito y pequeño para que te acompañe siempre.

El pequeño ha salido de nuevo tras un balón rojo y se está subiendo en el tobogán oxidado. Los gritos de los niños ahogan el sollozo de la madre.

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