Soy la
única persona en el mundo que conoce este juego de manos. Voy a trasmitirte un
secreto que ha pasado de generación en generación, a lo largo de los siglos. No
tengo hijos y he decidido que eres la única persona que merece recoger mi
legado. No se lo cuentes a nadie. Guarda esta herencia como un diario íntimo en
el cajón de las camisetas. Algún día escucharás rumores. Unos dirán que se
trata de la naturaleza rebelde. Otros clamarán a sus dioses pidiendo una nueva
moratoria. Los más pensarán que se trata de otra profecía sin cumplir. No les
hagas caso. Sigue con tus cotidianas rutinas.
Ha
llegado el momento: coge la Tierra. Cógela bien, con fuerza. Procura que no se
caiga; es una pieza delicada. Cierra los ojos y ponte unos tapones en las
orejas. Como tienes las manos ocupadas, pide a algún amigo que te los ponga.
Hazle jurar silencio. Para siempre. Encaja los tapones correctamente para que
los gritos de los niños y los ancianos no te distraigan. O te enternezcan. Si
llegaras a sentir algún tipo de nostalgia, empatía o nudo en el estómago, el
resultado sería nefasto. Ni se te ocurra llorar.
Ahora siéntate
en una silla confortable, o en un sillón. El esfuerzo que harás será agotador y
necesitarás reponer fuerzas. Puedes prepararte alguna bebida con antelación y
dejarla en la mesita. Cerca de ti. Procura que se trate de una mezcla no
alcohólica. Deberás tener todos tus sentidos alerta. Todos, menos el oído.
El mismo
amigo que antes te ha puesto los tapones en las orejas, debería quitarte los
zapatos y los calcetines. Nunca he entendido para qué servía esto de los pies
descalzos en el suelo. Supongo que alguna relación tendrá con la energía global
o la conexión cuerpo-tierra. Pero el ritual ha pasado de padres a hijos, desde
el primer mago en la historia, y comprenderás que no puedo en ningún caso
suprimir esta parte.
Ya estás
preparado. Aprieta. Aprieta bien fuerte con las manos y estrújala. Siente cómo
se deforma y los polos se alargan. Nota como los relieves geográficos se
acentúan y los mares y los océanos mezclan sus aguas como en un cóctel
jamaicano. Huele las tormentas huracanadas y los tornados. Siente el calor de
los volcanes en erupción. Agítala e imagina que todo, todo se hace pequeño,
pequeño entre tus dedos. Inspira hondo. Hínchate de orgullo. Y ahora, grita.
Grita al cielo: “Soy yo. ¡Soy el Fin del Mundo! “
Al
terminar, acabarás muy cansado. Siéntate. Echa un trago a la bebida. Coge aire
y suéltalo sobre todos los continentes. Por todos los bosques. No te olvides
los desiertos. Verás que éstos vuelven a su lugar, que las aguas se
tranquilizan y las nubes negras se tornan blancas. Verás alguna columna de humo
de un fuego tardío; espera que se apague por sí mismo. Cuando todo haya vuelto
a la normalidad, deposita la Tierra de nuevo en su lugar. Con cuidado. Procura
jugar solo dos o tres veces en tu vida. Más, podría ser mortal.
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