domingo, 9 de junio de 2013

EL RUISEÑOR DEL MAR


De pequeño, Ramiro tenía mucho pelo, negro y rizado como un torbellino. Le gustaba jugar a las canicas, merendar pan con chocolate y entrar corriendo en la cocina de su casa gritando como una sirena mientras su madre freía los boquerones de la cena.

¾¿Qué quieres ser de mayor? ¾, le preguntaban a menudo sus cuarenta tías.

¾De mayor quiero cantar boleros y enamorar a mucha gente ¾, contestaba él.

¾Y tú, ¿no te quieres enamorar? ¾, le preguntaban las parientas guiñándole un ojo.

¾Yo quiero hacer feliz a la gente ¾, respondía Raimundo. Y entonces se giraba y volaba hacia el campo a buscar hormigas bajo las piedras.

Las paredes de su habitación estaban repletas de afiches de Los Panchos, José Feliciano y Armando Manzanero. Ramiro creció y la vida le quitó mucho pelo de la cabeza. Ahora se peina unas gruesas patillas cada mañana, ha echado algo de tripa y suele pasar las tardes de los domingos jugando al dominó en el bar de la esquina. No en el bar donde trabaja: a Ramiro no le gusta mezclar ocio con trabajo. Aunque no se le conocen mujeres en su vida nunca se le ha visto triste. A los veinte se dio cuenta de que la gente es toda diferente. A los treinta y tres descubrió que las sonrisas sinceras atraían más que un buen discurso y a los cuarenta y cinco decidió disfrutar del día a día.

¾Raimundo, ¿cuándo te veremos con una guapa mujer? ¾, le preguntan los amigos cada domingo.

¾Hay una mujer para todos; incluso para mí. Pero todavía no nos hemos encontrado. Ya vendrá… ya vendrá… ¾contesta él para zanjar la eterna conversación.

De lunes a sábado, puntual, llega al bar Delfín. Se enfunda la camisa blanca, se abrocha el chaleco gris y encaja un lápiz en su oreja. Los clientes lo conocen como el Ruiseñor del mar, por lo del bar Delfín. Ramiro no sólo canta las comandas sino que también le canta a las clientas. Y a veces también a los clientes. Sobre todo si estos van acompañados de su señora.

¾¡Raimundo, a la mesa ocho! ¾, grita el encargado desde la terraza.

¾A eso de las ocho…la hora en que regresas….buscaré la forma de podernos escapar…fuera de este mundo ¾, canta Raimundo mientras se acerca a la mesa donde espera una muchacha. A lo lejos escucha como algún cliente habitual se mofa de sus canciones pasadas de moda y le pide que actualice su repertorio. Raimundo conoce de vista a la chica porque viene a tomarse el café y los churros cada tarde desde hace unos dos meses. La chica parece tímida, piensa él, habla poco y se pasa dos horas leyendo sentada en la terraza del bar. Pero tiene unos ojos muy claros y brillantes.

¾¿Qué será hoy, señorita?

¾Un café con…

¾Un café con leche y una ración de churritos, ¿verdad? ¾, la interrumpe Raimundo con media sonrisa en los labios.

La muchacha se sonroja y asiente. Baja los ojos y abre un libro con la portada muy desgastada.

¾Marchando esa merienda ¾y se da media vuelta mientras tararea por lo bajo. ¾Paso a pasito llegare donde vive tu corazón…Hasta tu puerta tocaré…

Cinco minutos después vuelve Raimundo con la bandeja plateada, una taza de café humeante y un platito con seis churros. Lo deja todo en la mesita y se queda mirando a la muchacha con atención. Sus mejillas se hinchan de rosa y sonríe de oreja a oreja. Ésta levanta la mirada del libro, sonríe y le agradece el servicio.

¾Hoy invita la casa ¾sonríe Raimundo y se adentra de nuevo tarareando algo entre dientes ¾ Qué será… qué será… qué será… qué será de mi vida... si sé mucho y no sé nada... Ya mañana se verá…

A Raimundo le gusta mirarla a través de la cristalera de la cafetería. Ver como el sol se refleja en sus cabellos y se pasa un mechón por detrás de la oreja. Observa cómo sus dedos pasan las hojas amarillentas de ese libro y como de tanto en tanto levanta la cara dejando que el aire de primavera le cante al oído. Sé imagina que quizás es una estudiante de bellas artes o una escritora frustrada; quizás se trate de una cocinera o una pintora de retratos. Raimundo no lo sabe pero se está enamorando.

La muchacha se levanta, se alisa la falda y se cuelga el bolso del hombro izquierdo. Raimundo sale para recoger la mesa. En la mesa está el libro que la muchacha ha olvidado. Raimundo gira su mirada a derecha e izquierda afanándose en buscarla en la lejanía pero no la encuentra entre la multitud. Bueno, ya se lo devolveré el próximo día, piensa.

Por curiosidad o afán romántico mira la portada: Canciones de José Feliciano. Un estudio del Amor.

A Raimundo el corazón le da un vuelco en la garganta, empieza a sudar y se siente extrañamente pleno y feliz. Se acerca el libro a la cara y huele el olor a viejo. No acaba de creerse que los boleros encandilen a una joven hoy en día.

¾Vamos Raimundo, que queda mucho por hacer ¾le apresura el encargado desde dentro.
Raimundo se encoje de hombros, mira hacia el cielo y vuelve a la barra tarareando feliz…Ahora sí…creo que es el amor…hoy lo reconocí…y como antes no lo supe ver,….si siempre estuvo frente a mí.


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