La muchacha se aparta un mechón de su melena rubia por detrás
de la oreja mientras ojea de nuevo si ha recibido algún mensaje en su teléfono
móvil. Lo guarda de nuevo en el bolsillo. Unas enormes gafas de sol esconden su
mirada que, desde cerca, parece apurada. Mira a derecha e izquierda en la calle
vacía y parece buscar algo en la lejanía. El vestido negro de corte clásico le
entalla la figura y el abrigo gris marengo de corte princesa le cubre por
completo hasta las rodillas. Saca el teléfono de nuevo y marca con agilidad. Se
coloca el aparato en la oreja y espera.
Sí, hola, soy yo; dice con rapidez. ¿Te falta mucho? Estoy en
la esquina de la cafetería. Asiente tres veces mientras se mira el rojo de las
uñas de la otra mano. Ya sabes que no quiero llegar tarde… Hoy, no. Parece
nerviosa. Ajá… ajá… sí…responde. Vale. No tardes. Cuelga y se guarda de nuevo
el teléfono en el bolso que le cuelga del hombro izquierdo. Se retoca el pelo,
se plancha la falda con las manos y levanta la punta de sus zapatos de salón
negro. Empieza a pasearse arriba y abajo recorriendo la acera. Al llegar a la
vieja cabina telefónica da media vuelta y vuelve al punto de inicio. Parece que
el nerviosismo le empieza a molestar.
Diez minutos más tarde un coche negro, metálico y brillante
aparece lentamente por la esquina. La muchacha se gira y levanta una mano para
hacerse ver. El coche va frenando hasta parar justo delante de ella. Un joven
alto, de pelo moreno y zapatos de charol abre la puerta del conductor, baja y
se dirige hacia la acera. Ella se sube las gafas y se las coloca en la cabeza.
Unos ojos en lágrimas asoman de repente a la luz de la mañana. ¿Has traído la
corona de rosas blancas?, le pregunta al hombre de anchas espaldas. Sí, están
en el asiento de atrás, responde él con poco ánimo. Se besan fugazmente y se
hunden en un abrazo que dura algo más que un mero saludo. Ella apoya sus manos
en los hombros del hombre, le mira y sonríe obligada. Vamos, le espeta él. Tu
madre te está esperando. No podemos llegar tarde.
Él le abre la puerta del copiloto y ella se aposenta
estirando la falda por debajo de las rodillas. Se vuelve a poner las gafas de
sol. Él da la vuelta al coche por la parte de delante, se acomoda el cinturón
de seguridad y le da al contacto. Se miran y asienten.
El coche negro se aleja lentamente por la calle principal. El
sol brilla, los árboles mueven suavemente sus ramas y doce campanadas resuenan
fuerte por todo el pueblo. Ella se siente tristemente feliz: por primera vez
llegará a tiempo a una despedida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario