domingo, 9 de junio de 2013

EL RETRASO


La muchacha se aparta un mechón de su melena rubia por detrás de la oreja mientras ojea de nuevo si ha recibido algún mensaje en su teléfono móvil. Lo guarda de nuevo en el bolsillo. Unas enormes gafas de sol esconden su mirada que, desde cerca, parece apurada. Mira a derecha e izquierda en la calle vacía y parece buscar algo en la lejanía. El vestido negro de corte clásico le entalla la figura y el abrigo gris marengo de corte princesa le cubre por completo hasta las rodillas. Saca el teléfono de nuevo y marca con agilidad. Se coloca el aparato en la oreja y espera.

Sí, hola, soy yo; dice con rapidez. ¿Te falta mucho? Estoy en la esquina de la cafetería. Asiente tres veces mientras se mira el rojo de las uñas de la otra mano. Ya sabes que no quiero llegar tarde… Hoy, no. Parece nerviosa. Ajá… ajá… sí…responde. Vale. No tardes. Cuelga y se guarda de nuevo el teléfono en el bolso que le cuelga del hombro izquierdo. Se retoca el pelo, se plancha la falda con las manos y levanta la punta de sus zapatos de salón negro. Empieza a pasearse arriba y abajo recorriendo la acera. Al llegar a la vieja cabina telefónica da media vuelta y vuelve al punto de inicio. Parece que el nerviosismo le empieza a molestar.

Diez minutos más tarde un coche negro, metálico y brillante aparece lentamente por la esquina. La muchacha se gira y levanta una mano para hacerse ver. El coche va frenando hasta parar justo delante de ella. Un joven alto, de pelo moreno y zapatos de charol abre la puerta del conductor, baja y se dirige hacia la acera. Ella se sube las gafas y se las coloca en la cabeza. Unos ojos en lágrimas asoman de repente a la luz de la mañana. ¿Has traído la corona de rosas blancas?, le pregunta al hombre de anchas espaldas. Sí, están en el asiento de atrás, responde él con poco ánimo. Se besan fugazmente y se hunden en un abrazo que dura algo más que un mero saludo. Ella apoya sus manos en los hombros del hombre, le mira y sonríe obligada. Vamos, le espeta él. Tu madre te está esperando. No podemos llegar tarde.

Él le abre la puerta del copiloto y ella se aposenta estirando la falda por debajo de las rodillas. Se vuelve a poner las gafas de sol. Él da la vuelta al coche por la parte de delante, se acomoda el cinturón de seguridad y le da al contacto. Se miran y asienten.

El coche negro se aleja lentamente por la calle principal. El sol brilla, los árboles mueven suavemente sus ramas y doce campanadas resuenan fuerte por todo el pueblo. Ella se siente tristemente feliz: por primera vez llegará a tiempo a una despedida.

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